Serie "Escenas de pueblo" I
EL GRILLO PILLO
Hoy es fiesta, 25 de julio. Santiago viene cabalgando al trote sobre su caballo blanco por el teso del Castillo y entra por los jardines de la calle La Ortiga.
Tres rapaces, Emilio, Zacarías y Elías se llegaron al Solijar antes de que tocasen a misa. Aquellos rapaces de entonces tenían sus juegos, ir a nidos, cazar lagartijas, tirar piedras... La tía Eudoxia venía con las cabras de La Solijera y al verlos les dijo:
-¡Pobres pájaros...! No quisiera yo sentirme en manos de alguien, como un pájaro en manos de un rapá.Los rapaces se sentaron en un poyo, en el entrante asolanado del corral del tío Morcajo. Al verlos las lagartijas se asustaron y se escondieron. Poco después oyeron cantar a un grillo junto al gozne del portón y allá se fueron. El grillo también se escondió en su hurga. Esperaron. Al poco rato, el tímido grillo asomó sus dos antenas, luego su morrito de negro carbón con sus dos ojos brillantes de azabache. Querían cazarlo pero el grillo se escondía. Le mearon en la hurga pero el grillo no quería salir.
-Esperai- dijo Elías, y se fue a la colaga, que hacía funciones de cagadero, entre el corral y las cortinas, y volvió con dos pajas largas. El grillo asomaba su morrito.
-Mete tú la paja por esa rendija de al lado de la jurga- le dijo a Zacarías.
-Equilicaul- contestó. El grillo volvió a esconderse. Entonces Elías metió despacio la otra paja en la hurga del grillo
-Venga, jurga tú ahora con la paja en esa rendija. Sigue, sigue, que ya asoma el hocico-. Entonces Elías hurgó con la paja que había metido dentro de la madriguera y el grillo salió de un salto. Al intentar cogerlo se chocaban entre ellos y el grillo se libraba dando saltos. Al fin Emilio lo arrepuñó con tierra y todo. En ese momento tocaron las segundas campanadas para misa y salieron corriendo.
-¿Quién guarda el grillo durante la misa, porque yo tengo que hacer de monaguillo?-, preguntó Emilio.
-Trae que lo guardo yo en el bolso del pantalón...dijo Zacarías-, y Emilio se fue a la Iglesia. Entraba también la mujer del tío Labrestos a reponer de aceite y lamparillas la lámpara grande que, por una polea sujeta en la clave del arco, cuelga de una soga delante del altar mayor. La mujer pidió ayuda a Emilio para bajar la lámpara y como se le terminaron las lamparillas pidió algunas a la tía Petrona que estaba reponiéndolas en la lámpara del Santo Cristo. Emilio le pidió la caja vacía para guardar un grillo y se la llevó a Zacarías. Emilio metió el grillo en la caja y la puso detrás de una de las sacras que decía "Lectio epistolae"... en el altar de la Virgen del Rosario
Comenzó a entrar la gente en la Iglesia. Los muchachos se colocaron entre dicho altar del Rosario y el confesionario al lado del cual D. Aniano tenía su reclinatorio y los vigilaba durante la misa. Al lado opuesto, entre los canceles de la puerta del mediodía y otro confesionario se colocaban Dña Cándida y las muchachas.
Emilio bajó por el pasillo central de la Iglesia a tocar las últimas campanadas con la soga que cuelga desde el campanario hasta debajo del coro y después encendió las velas del altar mayor con el apagavelas, una vara que en el extremo superior tiene por un lado una torcida para encender las velas y en el opuesto un cono para apagarlas.
Salieron los monaguillos revestidos con sobrepellices blancas sobre roquetes rojos, uno con la cruz procesional, otro con la vinagreras y las campanillas para hacerlas sonar en la elevación, otros dos con los ciriales que colocaron en un soporte en las barandas de forjado y detrás Andrés el Tirarira, con roquete rojo, la naveta y el incensario, dándole un movimiento pendular continuo para avivar las brasas. Detrás de todos el Cura con el cáliz, el paño y la bolsa de los corporales. Todos se posicionaron de espaldas a la gente y frente al altar mayor del viejo retablo barroco de madera con imágenes y columnas salomónicas cubiertas de racimos de uvas. Dos monaguillos, uno a cada lado del cura, al que le brillaba en la coronilla la tonsura clerical recién afeitada. El sacristán toca un viejo armonio en el coro y cantan los Kiryes y el Gloria. Era misa solemne, Santiago, patrón de las España.
La gente, un poco aburrida, comienza a reballar, originando un murmullo cada vez más efervescente. En primer lugar las mujeres con pañuelo en la cabeza y sentadas en sillas bajas que habían traído de sus casas o arrodilladas en alfombras de esparto tendidas sobre el suelo para protegerse del frío de las lanchas de piedra. Detrás las mozas con velo en la cabeza, bisbiseaban arrodilladas en sus reclinatorios, que también habían traído de sus casas. En los bancos de atrás del todo, los hombres removían un runruneo de fondo y los mozos en el viejo coro de madera sostribados sobre la baranda, lanzaban pícaras miradas a las mozas cantoras.
D. Juan subió al pulpito de forja, bajo el tornavoz de madera ya corcomido por la polilla. Se hizo el silencio. Y comenzó a ensalzar al Apóstol del trueno que desanimado por la cerrazón mental y dureza del corazón de los hispanos tuvo que ser animado por la Virgen del Pilar para sembrar la fe en España...
En ese momento un grillo, un tanto indeciso, cantó dos veces ¡gri!... ¡gri!... Y calló. Las mujeres y las mozas que estaban cerca miraron sorprendidas hacia el altar de la Virgen del Rosario. El Cura sin enterarse siguió ensalzando a Santiago en su lucha contra el infiel.
Ahora el grillo, ya más decidido, cantó, cantó y cantó, ¡gri!, ¡gri!, ¡gri!... Y no callaba, ¡gri!, ¡gri!, ¡gri! La gente, primero sorprendida y luego riendo, dirigieron sus miradas como arrastradas por un vendaval hacia el altar de la Virgen. D. Juan calló y miró hacia el maestro. También calló el grillo. Los rapaces, alborotados, se abalanzaban hacia el altar y la gente charlaba y reía. D. Juan comenzó a hablar con voz más reticente pero el grillo comenzó a cantar aún más decidido ¡gri!, ¡gri!, ¡gri! La misa estaba rota, toda la gente se reía y miraba hacia el altar de la Virgen.
-¿Es más interesante el ¡gri!, ¡gri! de un grillo que la palabra de Dios?... preguntó el Cura. Ahora el grillo seguía decidido, alborozado y pendenciero con su monótona letanía del ¡gri!, ¡gri!, ¡gri! La gente, con la cabeza inclinada y medio deladiá, seguía riéndose y cuchicheando.
Una mujer se levantó y guiada por el canto del grillo se dirigió, decidida, al altar del Rosario. Apartó la sacra de la epístola. Quedó al descubierto la caja sonora. Cogió la caja. Calló el grillo. La abrió despacio. Allí estaba el grillo pillo. Toda la gente se puso de pié, pendiente de esta mujer. El Maestro le pidió la caja y se la entregó a un muchacho para que saliese a la Plaza y soltase el grillo.
Para entonces el cura ya se había bajado del púlpito y estaba en el altar mayor. La misa continuó entre risitas y cuchicheos. El cura entonó con cierta desazón el "Credo in unum Deum" y el coro continuó majestuosamente con el "Patrem omnipotentem" de la Misa solemne. Pero la misa no recobró el respeto debido hasta que Rosa la Tirarira cantó con temple, solemnidad y dulzura el solo del "Et incarnatus est".
En el ofertorio, Emilio salió a pedir haciendo sonar las perras dentro de la hucha metálica y diciendo"Animas benditas, podéis hacer bien". Al pasar frente a los muchachos se delató porque se pusocolorao.
Al terminar la misa, la gente salía remolona entre risas y cuchicheos mirando hacia los muchachos que el maestro retenía en la Iglesia.
Una vez vacía la Iglesia, D. Juan se acercó al maestro y éste preguntó quién había puesto la caja con el grillo en el altar. Nadie contestó. Como había sido Emilio, éste se había rezagado apagando las velas. Apresuradamente llegó la mujer del tío Labrestos y le dijo a D. Juan que ella tenía la culpa, que se le habían acabado las lamparitas y la caja vacía se la había dado a su nieto que tenía un grillo y para que no jugase durante la misa la había cogido ella, pero al poner el mantel del altar la había dejado olvidada allí. D. Juan la miró... pero era una buena beata, y sobre todo era buena, una buena mujer...
-Pues ha estropeado usted la misa solemne de Santiago.
Bueno, al final, entre retazos de verdades y de mentiras piadosas, se había encontrado una reo confesa, y esto es lo que al juez le interesa. Aunque hubiese otros culpables, el delito quedaba redimido.
¡Una gran mujer!, intuitiva, resolutiva, saliendo al quite y terciando para hacer el bien.
Pero para los del pueblo pasó a ser la tía Grilla. Y es que, es peligroso jugar con un grillo, indiscreto y pillo, porque cuando menos esperas te la juega y quedas¿
Esto pasó con el grillo pillo que quiso ser monaguillo.
Venancio Pascua Vicente
A LLEVAR LA COMIDA
Los rapaces salieron de la escuela y, acuciados por la acidez del estómago vacío, obedecían el instinto adonde dan de comer. Al llegar a casa su madre le dijo a Venancio
.-Anda, vete a llevar la comida a Eduardo que está arando en el vergel de Navancha. Coméis, dejas allí la cesta de la comida y, al venir te cae de paso y te quedas en la escuela-. A Venancio no le gustó mucho tener que esperar, por lo del hambre, pero¿ cogió un trozo de pan y su madre le dijo
.-Anda, que ya va en la cesta. Te llevas uno en el papo y otro en el saco.
Su madre, la tía Antonia la Viuda, preparó la comida, un puchero de barro lleno de patatas con frejones, las tajás, un trozo de pan, la botella de vino y dos cucharas. Todo bien entrizado dentro de una cesta para que no se moviese el puchero y no se derramase el caldo. Tapó la vianda con un paño blanco y los bordes bien recogidos dentro de la cesta. Venancio la cogió, se la colgó del antebrazo izquierdo y salió como una caperucita roja.
Desde la puerta su madre aún le amonestó:
-No chocuelles la cesta para que no se arrame el caldo. Y vete rápido para llegar a la escuela... Y no te entretengas con las musarañas... Y...
Venancio, desde la casa del tío Merino, enfiló la carretera, pasó por los cuatro postes de La Pocita, las Escuelas y enfiló el Camino Barrueco arriba. Al pasar frente al cañizo del prao del tío Plácido vio salir un verderón o calrriza de entre las ramas de un álamo y le pareció ver allí musgo o pelusas que salían de entre las hojas. La imaginación se le desbordó y la curiosidad le aguijoneó. Rápido, dejó la cesta de la comida sobre la pared. Abrió el cañizo. Entró. El árbol estaba arrimado al paredón que contenía la tierra de la cortina del tío Pesetas. Se subió a ésta, desde la que comenzó a gatear por el álamo ¡Arriba!, ¡arriba! Ya cerca de la guía, el álamo se balanceaba. Llegó, y... ¡oh emocionante alegría infantil!, había un nido con tres huevos. La pájara debía de estar huerándolos porque estaban calientes. Estos son secretos que sólo se cuentan a los amigos ¿Qué tendrían los pájaros y las lagartijas para aquellos rapaces? ¡Qué tiempos! ¿Por qué los perros, los gatos, las culebras, las lagartijas, los pardales huían de los rapaces? Y entonces había más bichos que ahora.
Tan entregado estaba a su aventura que no se percató del peligro. Al olor de la comida un perro había saltado a la pared y al meter el hocico en la cesta la tiró al suelo del lado del camino.
-¡Chucho!, ¡chucho!¿, gritaba Venancio desde arriba del árbol. Quería deslizarse rápidamente por el tronco, pero tenía que bajar con mucho cuidado, sorteando los muñones y tocones cortantes para no rasgarse la ropa, la piel y demás aditamentos. Desde dos metros de altura pegó un salto a la cortina, pero al llegar al suelo, perdió el equilibrio y se dio un revolcón. Saltó al camino. Allí estaba la cesta volcada y rotos el puchero y la botella. Todo derramado por el suelo y el perro devorando la comida. Venancio cogió una piedra para lanzársela al perro que salió corriendo con el trozo de pan en la boca y el rabo entre las patas, pero el tío Enchinador que lo había observado todo montado en el burro, le dijo:
-Ah rapá, ¿qué haces? Mira, mira lo que te pasa por andar a nidos.
-No, la culpa la tiene su perro.
-¡Quiá! ¿No ves que el perro no sabe lo que hace?
-Entonces ¿por qué salió corriendo?
-Ah, pregúntaselo a él.
-Como lo pille un día por la calle, ya me las pagará
-Anda, que buena la has hecho. ¿pos aonde ibas?
-A Navancha.
-¿Pos-i-qué vas a hacer ahora?
-No sé
-Mira, pa-que se coma otro perro la comida, pos que se la coma el mío ¿dijo el tío Enchinador y llamó al perro,
-Chi, chi. Kis, kis, kis¿. Toma, toma, ven- El perro, receloso y con el rabo entre las patas, comenzó a devorar la comida. Se tragó el trozo de chorizo rebozado de tierra. Luego el trozo de tocino. Los tragaba con avaricia, engulléndolos enteros y sin masticar como una boa. Se le notaban pasar las tajadas por el callejón de las gorjas. Se atragantaba. Paraba. Parecía que iba a vomitarlo todo. Volvía a tragar. Acezaba. Venancio veía cómo se le inflaba la barriga al perro y le aumentaba de volumen la andorga. ¡Ojalá reventase! ¡Ojalá se tragase un trozo de vidrio de la botella! Pero no. ¡Menudo zampabollos! Al final daba lambetadas a la tierra. Lo dejó todo relamido y relimpio. Luego, relamiéndose los hocicos, miró a Venancio.
Terminado lo cual, el tío Enchinador le dijo a Venancio:
-Ah rapá, tú verás... Bueno¿, yo voy ahí al Rebollino a buscar las vacas.
Venancio cabizbajo y pensando qué disculpa ponerle a su madre y temiendo la regañina, recogió la cesta y el paño sucio de tierra y comida y se volvió a casa. Su madre estaba a la puerta y le dijo
-¡Too!, ¿Pos cómo t-as vuelto? ¿Qué t-a pasao?
-Tropecé y me caí¿ y¿ se me arramó todo.
-Votová. ¡Pa-ónde irías mirando! ¿Pos-i-ahora¿? Pos no hay otra comida ¿Y esa herida de la rodilla?
-Me la hice al caerme
-¡Too!, pos si tienes un desgarrón en la camisa y un siete en el pantalón y te faltan botones. ¡Vaya haragán que estás hecho! Coge un trozo de pan y vete a la escuela que ya sube el señor maestro. A ver si cuando salgas traes más tino.Venancio, mohíno y con más hambre que¿, se marchó cabizbajo.
La tía Antonia, preparó lo que pudo de comida cortando de lo colgao y lo llevó a Eduardo a Navancha. Ya de vuelta se encontró en las Peñas del Ejido con el tío Enchinador. Éste se lo imaginó todo y le preguntó
-Pos ¿de-ónde vienes, Antonia?
-Deaí de Navancha. De llevarle la comida al mi Eduardo,
-Votová, pos ¿no tienes al rapá?
-¡Pues, velaí!¿ el que con niños se acuesta¿
-Pos qué t-a pasao
-Lo mandé traer la comida, se cayó y la arramó toda. Lo que no me dijo es dónde se cayó. A ver si veo dónde están los cacharros rotos. Menuda matadura tiene el pobre rapá en la rodilla. Y menudo golpe debió de darse el probito.
Bajaron por el Camino Barrueco y frente al prao del tío Placido estaba el perro husmeando y relambiendo de nuevo la tierra y los trozos de cacharros.
-Mira, Antonia, ahí los tienes.
-¡Tóo! Pos qué haría pa caerse ahí, al lao de la pared.
-Mira, Antonia, ves ese negrillo, pues allí arribita, allí arribita, debe de haber un nido y ese tuvo la culpa. Dejó la cesta encima de la pared y el mi perro olió la comida. Cuando yo me percaté ya había tirado la cesta al suelo-.
-Votovadiosle, pero ¡qué nidero es! Cuando vuelva le rompo la crisma-.
- Antonia, ahora ya no hay remedio. Todos fuimos rapaces-.Y ¡qué rapaces aquellos!
Venancio Pascua Vicente
las HERENCIAS de los BIBERONES
El tío Costales y el tío Fanegas se toparon de frente en el camino de La Moral de Abajo frente al corral del tío Farruco.
-¿A dónde va el Fanegas?-preguntó el tío Costales.
-Velaí, voy buscando costales pa llenarlos de grano.
-¡Qué! ¿Has heredado los graneros del suegro?-volvió a preguntar el tío Costales.
-¡Quiá! Yo sólo engordo con lo que como, y heredo na-más lo que trabajo, porque, ya sabes, el que no come después de harto, tampoco trabaja después de cansao.
-Ya, cuando el amo huelga las ovejas no pelechan y el mulo relincha en la cuadra.
-Falta el mimo del amo, Fanegas y aquí cuenta el veterinario más que el médico.
Cuando nace un niño, nace un heredero, heredero de sus padres, de su pueblo, heredero de bienes y de tradiciones. Por el hecho de nacer ya es heredero de un patrimonio. Y patrimonio es todo aquello que gratuitamente hemos recibido. Según el gran filósofo gitano, el defensor de su libertad, los padres son responsables porque : "cuando al mundo me trajo mi mare
sin contar con mi menda pan ná".
- ¿Te acuerdas, Costales, que decían, "se quedó con la voluntad de sus padres"? Si una rama del árbol familiar moría sin descendencia, las ramas restantes reclamaban que la sabia de todos sus bienes tenía que "volver al tronco".
-Y digo yo, en aquel tiempo sólo había quiñones, nada de cuentas corrientes.
-Y tanto, antes de morir el riberano tenía que dejar las hijuelas de sus últimas voluntades, o séase repartir los diez biberones entre sus hijos. Y nada de "la legítima".
- Y dime, Fanegas, ¿cuáles eran esos diez biberones?
-Escucha, Costales y pon tino. Estos son los diez biberones:
1.- Casa con catre, con cuadra para el mulo, el cerdo y para servicio de retrete.
2.- El mulo, el que hacía las veces de tractor y furgoneta de la casa.
3.- Un prao para aguadañarlo y adonde llevar el mulo las noches de verano.
4- Un cerdo para la despensa del próximo año.
5.- Al menos una cortina para la patata, el garbanzo, la alubia, la judía.
6.- Un par de viñas para con el pan y el vino andar los caminos.
7.- Dos o tres olivares para sacar dos perras los martes en Viti.
8.- Algún cerrao o tierra para el pan de centeno. Y en cada Hoja.
9.- Un rebañito de ovejas.
10.- Algún vergel o cañadas para dar de comer al rebaño de ovejas.
-Fanegas, pero cada uno de estos diez biberones hay que repartirlos entre los hijos.
-¡Equilicual, Costales!, aquí es cuando tocan "a encordar", al repartir cada biberón en mil mini-biberones con kilómetros de los lindes mojonadas o con paredes, y por entre este mosaico de miniparcelas senderean vericuetos, carriles, pasillos, colaguinas, con entradas sólo de personas, sólo de animales de rabero...
-Sí, aquí repican las campanas "a arrebato" a partirse la familia en mil pedazos.
-Ay Costales, a veces, cuando los familiares y amigos van "a presentar sus respetos" a los hijos en el funeral del padre, aquellos ya están maquinando las herencias, como reclamando al padre algo que siempre fue de ellos.-Pon tino, Fanegas, se ayuntan un riberano y una riberana.
-¡Bien! Y ¡qué!
-Pos na, Fanegas, que necesitan catre para holgar, puchero para el cocido, mulo, cerdo..., es decir, necesitan de los diez biberones. Y no hay dinero. En el "respigo" de la boda no lo daban porque no lo había, sólo algún perol de cocina o avío labranza. Y al día siguiente había que comer de propio. Y claro : "Dicen que casar, casar,
yo también me casaría..."
- Pero..., "si la vida del casado
fuera como el primer día". -añadió el Fanegas.
Las alubias cosechadas y estitadas en el alda de la mujer, son cocidas a la lumbre dentro de la barriga panzuda de un puchero, luego servidas a la mesa se convierten en ofrenda humeante y al fin son una realidad caliente en los estómagos del hombre y de la mujer. Esta panza del puchero ¿sería la metáfora del vientre de una mujer embarazada?
-Fanegas, antes comían poco y andaban espabilaos, estaban sometidos a una dieta diaria insana y embrutecedora de legumbres, patatas y cerdo.
-Costales, y ¡gracias, si lo había!
-Fanegas, es que un caldo caliente aunque sea de nabos, con una buena dosis de desconfianza hacia el que viene de frente, a nadie le sientan mal.
-¿Te acuerdas, Costales, cuando...?
En la plaza del pueblo se ajuntaron todos, los dioses, las mujeres, los hombres, los mozos. Y en esta plaza del pueblo hablaron todos. Y todos:
abrieron sus OJOS
abrieron sus CORAZONES
abrieron sus MENTES
abrieron sus DIÁLOGOS
Luego ajuntaron todos estos puntos de vista, sus opiniones, sus sentimientos, sus ideas, sus palabras. Y ¡acordaron¿! ¡Señores, esto fue un nuevo amanecer!
-Costales, ¿recuerdas lo que acordamos?En esto acertó a pasar por allí el tío Lesnas y les dijo:
-¿Qué, de cháchara? Así se llenan pocos costales con fanegas de grano.
-Ay, Lesnas, Lesnas, ¿le dijo el Fanegas-, tú siempre pinchando la badana, por algo te llaman el Lesnas. Oye, ¿enhebraste con guita lo que acordamos ayer en la plaza?
-Sí, acordamos arrancar mojones, derribar paredes y enrollar alambradas.
-Mira, Lesnas, - dijo el Costales- trasdeantier, me encontré en Viti con el tío Gañán de Cerezal y con el tío Pantalones de la Zarza y me espetaron a bocajarro: ¡Vaya con los del pueblo de La Ribera, con multitud de cortijos, mini-cortinas, praos de 100 metros entre paredes que ocupan una décima parte del terreno!
-Fanegas, es el último pueblo minifundista, se nos va media vida en andar caminos de una finca a otra, en destapar y tapar portillos ¡Cuántas horas perdidas celeminiando como hormiguitas por caminos polvorientos o embarrados. Es el único pueblo sin concentración, ni Acuerdo de Utilidad Pública.
-Bueno, cada uno ha ido arrejuntando lo que ha podido. - dijo el Costales.
-Si cada uno ha arrejuntao lo que ha podido, es que la concentración es buena. Lo suyo, concentrado y lo de los demás de nadie. Portillos abiertos, des-tapaos.
-El campo en pequeño empobrece, embrutece y envejece.
-Muy bien dicho, Lesnas. Se ahogan en lo pequeño.- añadió el tío Costales.
-¡Déjalos, Costales! El único pueblo que no la tiene, ni solicitada. Algún día el pueblo se lo demandará. ¡Qué difícil es conjugar lo privado con el bien común!
-Lesnas, ¿y pa qué? De cualquier modo, cuando fenezca nuestra generación las fieras salvajes concentrarán todo el campo para ellas. -profetizó el tío Fanegas.
Posdata.
Salamanca fue pionera en el tema de la concentración. La primera que tuvo lugar en España fue en nuestra provincia, en Cantalapiedra en 1956. En Salamanca resta tan sólo un 10 % sin concentrar del terreno concentrable. Ahí está Mieza.
No os apresuréis. Ahora la concesión de Acuerdo de Utilidad Pública está en el congelador de la tía Crisis, porque no hay perras. Una concentración cuesta mucho dinero. Primero obtener las bases provinciales, luego las bases definitivas para formular un proyecto y finalmente la concesión del Acuerdo de Utilidad Pública y después... Las paneras están vacías. Cuan largo me lo fiáis... Perded toda esperanza.
Venancio Pascua Vicente
Ayuntamiento de Mieza
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