Posiblemente para muchos este lugar público carezca de importancia y le suscite malos recuerdos de amores no correspondidos o de ilusiones frustradas por unos intereses demasiado calculados y egoístas.
Si sus paredes hablaran nos contarían grandes secretos celosamente guardados, amores imposibles y desengaños.
Era el lugar, destinado por consenso general, para una relación estrecha y necesaria entre mozos y mozas, dentro de las estrictas y rígidas normas morales impuestas por la religión. De velar por su cumplimiento se encargaban algunos ojos de mirada inquisidora que avizores tras las ventanas de la calle seguían invariablemente el desarrollo de la sesión de baile domingo tras domingo y fiestas de guardar.
¡Qué largos se hacían los años de la adolescencia hasta que un día por primera vez eras ya mayor para entrar en el baile!
En esta edad sólo interesaba el baile por el baile, había que empezar aprendiendo los primeros pasos al ritmo correcto que pedía la música, antes tamboril y luego gramola, acordeón y tocadiscos. Se pedía a un pariente cercano mayor y ya bien entrenado que nos dedicara unos minutos cada domingo para enseñarnos y aguantar estoicamente los inevitables pisotones.
Como en todo los había más espabilados y más torpes: quién con unas pocas sesiones enseguida se desataba, los duros de oído musical necesitaban más tiempo y excepcionalmente algunos después de innumerables pisotones y clases sin resultado, se retiraban del ambiente desanimados, cambiando el salón de baile por la barra del bar contiguo.
Terminada esta primera parte de forzoso aprendizaje, seguros de sí mismo, animados por alguna copa y varios vinos, se comenzaba a entrar en ambiente y a flirtear.
Alguna fuerza interior inexplicable para nosotros, nos impulsaba y ponía alas en nuestros pies, en nuestro ingenio de animar y sostener.
El éxito de este juego y el ligue consiguiente era proporcional a las cualidades naturales propias y las posibilidades heredadas. A quienes la naturaleza les había distinguido de una aceptable presencia física, no le faltaban las solicitudes durante toda la sesión de baile. La norma no escrita obligaba a estos a responder afirmativamente a sus admiradores a razón de dos bailes como máximo para cada uno. Los menos afortunados se podían pasar la mayor parte del baile en blanco.
Con los años, invariablemente se formaban las parejas de novios, siempre con el consentimiento previo de las familias respectivas que no ocultaban su lógico interés por juntar "mojones", partidos necesariamente en sucesivas herencias de familias numerosas y nada pudientes.
¡Qué ratos más agradables e inolvidables se pasaron en este recinto, cuántas ilusiones, ideales, arrebatos e impulsos juveniles inagotables!
Ángel "El Claudino".
Los grandes y constantes adelantos modernos para facilitarnos toda clase de trabajos, especialmente los caseros, no han podido con los imprescindibles pozos o lavaderos públicos. Por fotografías rescatadas últimamente de viejos archivos, su ubicación primera no era la de ahora y se hallaban junto a la plaza de la Constitución muy cerca de la fuente que suministra el agua a medio punto.
Durante mucho tiempo permanecieron a cielo abierto, al agua de lluvia y el crudo invierno. Hoy, cubiertos por un tejado de uralita y con paredes, son más confortables para las señoras, cada día más mayores, que no se resignan a dejar de utilizarlos.
Su funcionamiento se rige también por un código no escrito y consensuado por todas las beneficiarias. Un pozo para la ropa blanca y aclarar y otro para la de color y más sucia. El primero, lógicamente más cercano a la entrada de agua limpia desde la fuente del pueblo y el segundo, en la salida del agua sucia hacia el arroyo de desagüe de las aguas del pueblo.
¡Si estas paredes hablaran, nos podrían contar un amplio noticiario quedado ya en el olvido! Lugar apropiado para chismes y noticias más variadas. Secretos a voces confiados celosamente y nunca guardados. La primicia de nuevas noticias se conoce en los pozos. No sólo se lava la ropa y trajes, también se cortan a la medida al sastre y necesitado de turno.
Feudo exclusivo de las mujeres durante mucho tiempo, las nuevas costumbres y necesidades han hecho que algún varón los use no sin cierto azoramiento y rubor así como un malestar lógico al encontrarse sólo entre tanta mujer y por más que éstas le animaran a superar su zozobra y mal trago.
Todavía son muchas las señoras mayores que siguen prefiriendo lavar en los pozos que poner las numerosas y generalizadas máquinas en las remodeladas y modernizadas casas del pueblo. Unas porque no le terminan de entender el funcionamiento con tanto botón y complicado programa de lavado. Las más porque siguen sosteniendo irreductibles que la ropa queda mejor lavada y a su gusto en los pozos: más blanca, mejor tratada con el jabón casero y tendida al sol por un tiempo en la "cortina" cercana.
Todas, sin embargo, se guardan mucho de reconocer que los pozos tienen algo más que un atractivo de la tarea de lavar la ropa sucia. Quien está particularmente interesada en conocer la última noticia, novedad, chisme o comentario no dejará de acercarse a los pozos con algún "jato" para lavar. Allí se "edita" la gaceta diaria del pueblo con las noticias para la siempre y nunca satisfecha curiosidad femenina.
Los pozos pervivirán mientras haya señoras que prefieran los lavaderos a las lavadoras, tengan interesantes noticias que transmitir y chismes que airear, porque ropa sucia siempre habrá que lavar.
Ángel "El Claudino", septiembre 2002
Siempre lo conocí mayor. Ya muy viejecito le pedí allá en tierras de San Sebastián que me tarareara la música de la misa mayor cantada invariablemente por el coro de hombres los domingos, para recogerla y así conservarla. No logré mi empeño por dificultad de ambos, pero me valió como recuerdo de su persona y actividad que hoy quiero proponeros.
Su formación en un convento le hizo entendido en los latines y música. Su memoria también era prodigiosa y digna de admirar. En los funerales apenas miraba el libro de los "recordeles" y cantaba misa de difuntos de memoria y de corrido.
Asimismo, el viejo armonio lo tocaba de oído y de forma aceptable para la categoría del pueblo. Los momentos de más emoción, aparte de la misa cantada con su "incarnatus" cantado por solistas con voz privilegiada que sobresalían en el coro de hombres, recordados por todos, son seguramente las fiestas navideñas, la misa del gallo y la semana santa, el "miserere" y las "tinieblas" de viernes santo. Era el alma del coro tanto de hombres como de rapaces.
Gracias a un pequeño cuaderno escrito de su puño y letra hemos logrado rescatar del posible olvido los villancicos que él había dirigido y enseñado. Por desgracia, la música no iba junto a la letra, por lo que hemos de cantar de oído y según lo recuerdan las personas mayores, muy en concreto, una de sus hijas.
Como el oficio de sacristán no daba para mucho y como es habitual en el pueblo, lo alternaba con el trabajo en el campo. Así, en alguna ocasión, olvidándose de que había programado un funeral importante y cantado, se iba a arar tranquilo. Alguien, ante su tardanza, lo debía ir a buscar a la finca y recordarle la importancia del acto religioso.
Para él era especialmente penoso el culto de algunas tardes, después de un día de arduo trabajo agrícola. Esas largas y abundantes novenas: a San José, a Santa Teresa, en Los Santos, a San Antonio, al Corazón de Jesús, la Virgen del Carmen, etc... y los interminables rosarios vespertinos, en la semioscuridad de la tarde-noche, con una sola bombilla en toda la iglesia, producían en su cuerpo cansado un inevitable sopor que se traducía con frecuencia en segundos de transposición que alteraban el normal ritmo del acto litúrgico que el conducía, con el consiguiente enfado de las beatas más intransigentes y el comentario jocoso de la la mayoría de los concurrentes.
Su voz salida de una boca ya sin dientes era característica también y era muy difícil entender lo que cantaba por la rapidez y costumbre que había cogido.
Exigente y fiel a su trabajo, sólo lo jubiló la edad y las dificultades lógicas para seguir desempeñando las tareas habituales de este cargo y las suyas propias.
Desde entonces, el viejo armonio ya totalmente desafinado duerme en un rincón de la sacristía el sueño final.
Otro oficio relegado al recuerdo, pues ya nadie cogió el relevo ni usa ese gran rosario de "bogallos" que todavía andará rondando por algún sitio, can el que desgranaba "avemaría" tras "avemaría" y el reclinatorio donde descansaban sus rendidos huesos y sus cabeza falta de horas de sueño.
Todo ha quedado atrás y se fue sin remedio con estas personas irrepetibles y únicas.
Tanto han cambiado las cosas en los años transcurridos que ahora, necesariamente, se ha de andar de prestado para un mantenimiento mínimo de lo que antes fue, gracias a esta persona y su actividad, un culto litúrgico rico y variado.
Ángel "El Claudino", septiembre 2002
Antes, el secretario del ayuntamiento junto con el cura del pueblo y los maestros, era el más "leído" y el más enterado de los cambios, las leyes, los papeles de "arriba" y las ordenanzas municipales que por lo general él proponía y dictaba.
Los alcaldes de turno, elegidos a dedo entre los más pudientes del lugar, justo sabían firmar los papeles que el secretario les presentaba para legalizar su contenido.
Hacía de todo: de catastro rural y urbano, de notario en compras y ventas, de albacea, de mediador en las partijas y en las lindes. Expedía toda clase de certificados para solicitar ayudas "de arriba", autorizaciones varias, apremios, multas, sanciones, etc, etc. Prácticamente era el señor imprescindible en la marcha del pueblo.
A él necesariamente debían acudir los cerrados y analfabetos lugareños solicitando explicaciones y soluciones para los pocos papeles que les llegaban de cualquier clase que fuera.
Su privilegiado y necesario puesto le concedía unas atribuciones que se notaban enseguida. Poseedor de información privilegiada le constituía en el verdadero artífice de los programas municipales.
No se me olvidará nunca esa hoguera que un día vi hacer a la puerta del que llamaban el juzgado para quemar todos los legajos y papeles ya inservibles, escritos a mano con pluma por los sucesivos secretarios de épocas pasadas. Lenta pero eficazmente iban formalizando los documentos oficiales y legales que sólo entendían ellos con letra amanerada entre borrón y borrón de tinta.
De su iniciativa e interés por las cosas del pueblo dependían muchas de las mejoras a conseguir y realizar así como las subvenciones a cobrar, las exenciones a reclamar y el incremento y pago de las tasas municipales.
Una actividad la de aquél entonces muy diferente a la del actual. Ahora no hay dedicación exclusiva, ya se usa el ordenador y la informática en lugar de la tinta y la pluma, con un equipo municipal con alguna más idea de los asuntos del ayuntamiento y en el que el secretario tiene su cometido específico y reglamentado.
Hoy también son para nosotros recuerdo aquellos orondos viejecitos jubilados cuando ya la edad les impedía ejercer su cometido, subir las escaleras del ayuntamiento y mover aquél tinglado municipal bien conocido por ellos.
Ángel "El Claudino".
Antes, el secretario del ayuntamiento junto con el cura del pueblo y los maestros, era el más "leído" y el más enterado de los cambios, las leyes, los papeles de "arriba" y las ordenanzas municipales que por lo general él proponía y dictaba.
Los alcaldes de turno, elegidos a dedo entre los más pudientes del lugar, justo sabían firmar los papeles que el secretario les presentaba para legalizar su contenido.
Hacía de todo: de catastro rural y urbano, de notario en compras y ventas, de albacea, de mediador en las partijas y en las lindes. Expedía toda clase de certificados para solicitar ayudas "de arriba", autorizaciones varias, apremios, multas, sanciones, etc, etc. Prácticamente era el señor imprescindible en la marcha del pueblo.
A él necesariamente debían acudir los cerrados y analfabetos lugareños solicitando explicaciones y soluciones para los pocos papeles que les llegaban de cualquier clase que fuera.
Su privilegiado y necesario puesto le concedía unas atribuciones que se notaban enseguida. Poseedor de información privilegiada le constituía en el verdadero artífice de los programas municipales.
No se me olvidará nunca esa hoguera que un día vi hacer a la puerta del que llamaban el juzgado para quemar todos los legajos y papeles ya inservibles, escritos a mano con pluma por los sucesivos secretarios de épocas pasadas. Lenta pero eficazmente iban formalizando los documentos oficiales y legales que sólo entendían ellos con letra amanerada entre borrón y borrón de tinta.
De su iniciativa e interés por las cosas del pueblo dependían muchas de las mejoras a conseguir y realizar así como las subvenciones a cobrar, las exenciones a reclamar y el incremento y pago de las tasas municipales.
Una actividad la de aquél entonces muy diferente a la del actual. Ahora no hay dedicación exclusiva, ya se usa el ordenador y la informática en lugar de la tinta y la pluma, con un equipo municipal con alguna más idea de los asuntos del ayuntamiento y en el que el secretario tiene su cometido específico y reglamentado.
Hoy también son para nosotros recuerdo aquellos orondos viejecitos jubilados cuando ya la edad les impedía ejercer su cometido, subir las escaleras del ayuntamiento y mover aquél tinglado municipal bien conocido por ellos.
Ángel "El Claudino".
Aunque la mayor parte de la aceituna se recogía temprano y verde para aderezarla y venderla, como ya nos dijo en su relato sobre este mismo tema D. Marcelino en el programa de fiestas de 1995, era tanta la que había algunos años que todavía quedaba para la elaboración del aceite.
Además, como nada se desperdiciaba, la que había caído al suelo estaba arrugada y no servía para la venta, se aprovechaba para el aceite. ¿Qué aceite podía salir de esta materia si, como dice el refrán: por Santa Lucía (13 de diciembre) sube el aceite a la oliva?.
Mientras los mayores trabajaban duro y sin descanso en la molienda de la aceituna, el transporte de la pulpa resultante y su prensado, los rapaces disfrutábamos de lo lindo acarreando el mulo que movía las pesadas ruedas de piedra del molino o jugábamos al escondite entre los aperos y la leña.
Otras veces, los más voluntariosos, queríamos imitar a los mayores y nos agarrábamos con todas nuestras fuerzas de críos a la rueda que movía el sin fin de la prensa, intentando que girara siquiera un poquito. Luego observábamos el movimiento rítmico de los forzudos brazos de los hombres que sí movían la maquinaria haciendo su efecto sobre los capachos llenos de pulpa de la aceituna molida.
A raudales fluía de ellos el alpechín con el que se mezclaba el más que dorado verde aceite llevado por una canaleta hasta unas tinajas de piedra. Por la diferencia de peso y la imposibilidad de mezclarse, el alpechín se evacuaba al arroyo del pueblo y el aceite se recogía en la otra tinaja.
Esta operación la alumbraba un gran candil con un trapo por pabilo y que era alimentado con el aceite que iba saliendo.
Al otro lado se encontraba el gran fogón y encima empotrados dos enormes calderas de cobre siempre con agua hirviendo. Con la gran hoguera del fogón se cocía además el aceite que iba saliendo para así librarlo algo de su mucha acidez e impurezas. En ella se metían hermosas rebanadas de pan artesano y se hacían las tostadas que luego se comían untadas con azúcar o miel, merienda muy esperada por los rapaces que corríamos por allí.
Se trabajaba prácticamente de día y de noche durante este tiempo de faena. Cada propietario de aceituna recibía de antemano un número de orden, generalmente conseguido mediante un previo sorteo, dispuesto y atento para cuando le tocara. Como resultado de toda la operación quedaba el "brujo (¿orujo?)" que en los "esnales" era llevado a casa para alimentar por una temporada a los cerdos de engorde.
Vaya entonces nuestro recuerdo en estas fiestas para todos aquellos que trabajaron en esta faena y que la pueden explicar mejor que yo, los que aún viven. Ahí queda todavía el edificio como testigo fiel de lo que digo porque la actividad de la elaboración del aceite ya hace tiempo que se perdió junto con otras como la siega, la trilla, etc., etc.
Ángel "El Claudino".
En estos días de verano cuando andaba tras esta serie de relatos para llenar de alguna manera el Programa de Fiestas de cada año, siempre te encuentras con alguna noticia dramática sobre el efecto terrible de una tormenta.
Entonces me vino a la memoria aquella que nuestros padres llamaban como de "La Pimporra" pues por lo visto esta señora había vaticinado que cuando ella se muriera pasaría algo gordo.
Cuentan que el pueblo se convirtió en un mar en el que las aguas embravecidas se llevaron con ellas todo cuanto encontraron a su paso. Para explicar su ímpetu y fuerza se fijaron en un detalle: la gran rueda de molino que estuvo muchos años donde se halló el molino de aceite más viejo, la levantó del sitio y la arrastró hasta donde encontró un freno infranqueable.
No se ha hablado nunca, que yo sepa, de desgracias personales. Algunos destrozos en el campo fueron irreparables para siempre. Fincas muy productivas, bien preparadas y explotadas quedaron como un desierto, el agua de la regata próxima arrancó los árboles frutales y se los llevó hasta el río junto con el manto de tierra buena dejando sólo arena y piedras.
Mi abuela materna nos contaba que los bisabuelos poseían una hermosa huerta en el camino de la Aceña, cerca del arroyo del mismo nombre y la crecida de éste se lo llevó todo.
Es posible que en cada casa del pueblo pudieran recoger recuerdos como este de la furia de las tormentas de verano. Ni las grandes troneras, ni los amplios desagües que recorrían el pueblo de arriba abajo, explorados por los rapaces en nuestro afán de aventuras, fueron capaces de recoger la gran cantidad de agua caída en un momento.
Dios quiera que aquél suceso sea ya sólo un vago recuerdo que no se repita más. Hoy quizá lo tuviéramos más difícil. Aquellas troneras y desagües han desaparecido y en su lugar han quedado unos simples registros. Si entonces no se consiguió recoger el agua, ahora menos.
También han desaparecido las célebres bombas granífugas que se guardaban y tiraban desde el cementerio.
Ángel "El Claudino".
Sección 3ª: La Herencia Cultural
Artículo 10º. Don Paco
En la relación gremial, necesaria por motivos de formación y preparación para la docencia, unas personas influyeron más que otras por sus características y cualidades personales y así su recuerdo es más nítido. Eso sucede con Don Paco, gran animador de tertulias y conversador, capaz de sostener él solito una de ellas durante el tiempo que hiciera falta, sin que el resto tuviéramos muchas opciones para meter baza.
En este tiempo ocupaba la plaza de interino en la escuela del pueblo y solíamos pasear por la carretera de "La Code" los días de fiesta, comentando con otro compañero lo difícil que era llegar a fin de mes con el sueldo que cobraban, después de pagar la pensión al ser ambos solteros y no haber casa para ellos, eligiendo el paseo en vez de los bares por esta y otras circunstancias.
Realizada la acogida correspondiente de los invitados, tomábamos algo para entrar en ambiente y luego salíamos de la casa de los maestros para ver la fiesta.
Además de ser entonces alguien importante en estos pueblos, su condición de personas públicas obligaba a un cuidado especial en el comportamiento festivo para no ser objeto fácil de las críticas pueblerinas. De ahí que nuestra participación en la fiesta fuera sumamente superficial y discreta.
Una de estas veces, y por razones que ignoré siempre, suspendieron la diversión a una hora determinada y la autoridad en vigilancia mandó cerrar el local y el bar en el que nos hallábamos en esos momentos. Quién pareció más afectado por esta incomprensible decisión fue este maestro que, muy enfadado y en voz alta reivindicó su autoridad, su seriedad, sus ganas de fiesta y el derecho de todos a disfrutarla sin trabas, imposiciones y total libertad hasta la hora que se quisiera. Como no desistía en su protesta airada, me tocó convencerlo de que en mi caso concreto, me encontraba en una situación delicada si hacían alguna redada, por mi inminente incorporación a filas. Nosotros al fin y al cabo no teníamos mayor problema al respecto porque podíamos seguir con la fiesta en casa de los maestros hasta que nos cansáramos. Así se hizo en efecto para mi alivio, y fue él como solía el encargado de animar la reunión el resto del tiempo que duró la fiesta.
Años más tarde, a alguien del grupo de entonces se le ocurrió la idea de una cena como recuerdo de aquellos buenos tiempos. Salió tan bien el asunto que se quedó en volver a celebrar conjuntamente las fiestas patronales como entonces de un pueblo cercano. Cual fue mi sorpresa cuando apareció Don Paco después de tantos años, como uno más del grupo festivo. Se había casado y le acompañaba su esposa.
Nos saludamos, nos recordamos los buenos tiempos y como en ocasiones anteriores se hizo cargo de la situación y animación de la sobremesa.
Mi impresión final fue que, después de tantos años, no había cambiado nada en este sentido y seguía siendo el animador y conversador de siempre. Esa cualidad tan poco frecuente que al rememorarla con satisfacción, me ha proporcionado material para escribir este artículo para el Programa de Fiestas de este año.
Artículo 11º. Don Francisco
Fue otro de los maestros con el que me relacioné durante el tiempo de espera para incorporarme al servicio militar. Es este periodo fue cuando más tiempo dediqué a las prácticas en la escuela del pueblo. Lo sustituí en varias ocasiones a fin de que pudiera solucionar algunas cosas que le urgían. A él le planteé el problema de "El Paso" privado y por su parte no encontré inconveniente alguno, aceptando perfectamente mis razonamientos a favor de una enseñanza lo más variada y completa posible.
Con el fin de no alterar su programa docente, cuando le sustituía, llevaba ya preparada la metodología para sustituirle lo mejor posible sin entorpecer su dinámica. Usaba las lecciones prácticas que me exigían en el libro a rellenar, sellar y firmar para presentarlo en los exámenes propios
Lo hice con gusto y gratuitamente por lo que me prometió en una ocasión llevarme en su coche "Dos caballos" a la fiesta del Almendro, para ver el mercado y comprar alguna cosa de las muchas que había según decían los habituales a estos eventos. Vivía con sus padres en la antigua casa de los maestros bajo el ayuntamiento y, por consiguiente, eran ellos quienes decidían la mayor parte de los planes que se hacían en la familia. Cuando llegó el día de la fiesta del Almendro no disponía de ninguna plaza libre en el coche porque sus padres, sin contar con él, habían invitado a otras personas. Me quedé en tierra sin importarme mucho pues entendí que no era su culpa.
Además de suplirle en estas periódicas ocasiones, lo hacía casi todos los días a la hora del recreo en el partido de fútbol que organizábamos los mayores en el patio de la escuela. Este rato, necesario para mí, me servía de descanso en el tiempo que dedicaba a estudiar.
Ya con cierta edad, estaba interesado en encontrar adecuada compañía femenina. Esta afanosa búsqueda, propició una serie de malentendidos en los que implicó al alumnado mayor con el consiguiente impacto en su educación y formación.
Conversamos largamente en unas fiestas del pueblo en las que a ambos nos resultaba demasiado monótono y pesado tantas horas de baile en la plaza. Las chicas se hallaban más solicitadas que de costumbre por la presencia de forasteros.
Entonces no existían las Peñas como ahora. Además su casa estaba allí mismo donde el ruido y la fiesta no le dejaban dormir y no tenía más remedio que pasar este rato como fuera.
Fui llamado por fin a filas y entonces perdí todo contacto con la escuela del pueblo, no así con los maestros con lo que me unía en los permisos del cuartel.
Como ocurrió con otros anteriormente, este maestro también desapareció de la escena docente del pueblo y por tanto mi relación y amistad con él.
Artículo 12º. Ángel. El firmante de esta serie
Para terminar esta serie sobre la Herencia Cultural, no podía faltar mi pequeña aportación y reseña que se puede resumir bien una vez leídos los artículos anteriores a este último. Como decía en ellos mi labor docente fue realizada en sustituciones periódicas, en los recreos y en "El Paso".
El día que se me había pedido la suplencia, procuraba llegar a la escuela antes de la hora de entrada. Con la puerta cerrada para que no se me molestase, escribía en la pizarra o encerado los problemas de matemáticas que llevaba preparados. Al final de cada uno de ellos siempre añadía el resultado ya que, cuanto me interesaba, no era este sino los pasos seguidos para llegar a él y así no dieran los alumnos por concluida la tarea sin saber si esta era correcta o no y dejaran de esforzarse.
Invariablemente y por sistema, nada más entrar, los escolares ponían mala cara y protestaban porque siempre a primera hora hubiera sin excepción clase de matemáticas. Trataba de hacerles comprender que su estudio era de suma importancia para su futuro, estuvieran donde estuviesen y además esta primera hora era la mejor porque llegaban a la escuela descansados y despejados. Si traían de casa alguna tarea puesta por el maestro les decía que la dejaran para cuando él volviera y de esta manera no interferir en su labor.
Como los demás maestros, yo también era hijo de la formación recibida y creía, por tanto, que un "coscorrón" a tiempo podía solucionar problemas futuros de disciplina. Ello ocurrió con alguno de los más díscolos y revoltosos que esperaban pasárselo bien en ausencia del maestro.
Así no se me fueron las cosas de la mano y en adelante no existió mayor problema en este sentido y las amenazas de contar lo ocurrido a los padres no se llevaron a efecto o estos, con buen criterio y acierto, no les dieron mayor importancia ya que fue un momento puntual que no se repitió en adelante.
Estas sustituciones no eran para mí ninguna complicación pues tenía la experiencia de un año de enseñanza en el último colegio en el que había estado.
La clase para mí más difícil fue una que se hizo al aire libre, explicando cosas del campo durante un paseo, por las travesuras, la indisciplina y la lógica falta de concentración en lo que se intentaba explicar.
Al volver a aquéllos años en el recuerdo con nostalgia, escribiendo el último artículo de esta serie, tengo la sensación agridulce de mi influencia en esta Herencia Cultural. Cuando en años posteriores ha salido a relucir el recuerdo de aquella época con alguno de los alumnos de entonces, invariablemente se me recuerda más como jugador de fútbol que como profesor interesado por su formación y aprendizaje. Es decir, mi mejor labor como docente se produjo en los recreos entre clase y clase. Alguno me preguntaba si seguía jugando al fútbol porque a su entender, entonces lo hacía bastante bien. Otros comentaban su recuerdo de lo difícil que era alcanzarme en carrera cuando jugábamos en el patio del recreo.
Al considerar esto del deporte como cultura y pedagogía en mi formación salesiana en la que se daba suma importancia al juego con los niños que hoy falta en las escuelas, me consuelo y me doy por satisfecho de la labor realizada, pensando que mi cualidad para el deporte contribuyó de alguna manera a esa Herencia Cultural de la que hemos venido hablando y que con este artículo final referido a mi persona, concluimos pero no agotamos.
Hay otros años, otros maestros, otras experiencias culturales de las que ya no puedo hablar porque no las viví personalmente pero que animo a quién se atreva a recordarlas por escrito a que nos haga partícipes de ellas en este Libro anual del Programa de las Fiestas Patronales.
Ángel "El Claudino"
Artículo 4º: Don Sebastián
Al hablar de Don Raimundo comenté cómo nos expulsó de la escuela de los pequeños y entramos antes de tiempo en la de los grandes.
Era Don Sebastián el que enseñaba entonces en esta escuela. Nos admitió quizá contra su voluntad y a regañadientes por carecer de sitio para colocarnos, ser el mes de enero, aun mediado el curso y sin todavía ninguna baja normal de quienes cumplían los catorce años y finalizaban la etapa escolar obligatoria.
Ignoro cuáles fueron las razones presentadas por el enfadadísimo Don Raimundo, lo cierto es que nos quedamos allí de pie hasta que se fue y se nos asignó un pequeño banco de los que había arrimados a la pared y que todavía hoy alguno rueda por ahí.
Como el ingenio lo agudiza la necesidad, a los pocos días Don Sebastián nos había preparado unos pupitres muy especiales: con otro banco similar al primero donde nos sentamos, nos fabricó una mesa provisional en la que pudiéramos escribir, añadiéndole unas patas de madera más altas. Así, un banco hacía de asiento y otro de pupitre.
Estábamos muy felices en un rincón mientras se nos ignoró y no se nos exigió nada. Los problemas comenzaron para mí cuando un día se nos pidió a todos sin excepción, incluidos ya nosotros, que aprendiésemos, como deberes para casa, una de las numerosas poesías intercaladas en las lecciones de la Enciclopedia Álvarez, único texto manejado entonces. Confiado en que todavía duraba la feliz amnistía escolar, no puse ningún empeño en aprenderla y así me quedé en blanco cuando me pidió que la recitara.
El castigo consecuente me abrió los ojos y me certificó que habían pasado las vacaciones por traslado.
Rígido y severo, imponía su físico delgado y su gran bigote negro. Entro los mayores de la escuela tenía fama de buen docente y aseguraban que se aprendía mucho con él, aunque fuera un tanto exigente y serio. No obstante me di cuenta que el cambio temprano de escuela me había afectado demasiado y durante un tiempo del curso estuve como despistado y ausente.
Él fue quién me ayudó a preparar una poesía para declamarla el día de mi primera comunión que coincidía con la primera misa de un hijo del pueblo.
Mi tío Ángel me había mandado una larga obra poética que empezaba así: "Yo también quiero ser cura, decir misa y predicar y las vísperas cantar y absolver al pecador, etc., etc., etc".
Vestido con una gruesa sotana roja de lana de monaguillo, en pleno verano, subido en una silla para que se me viera mejor, pasé todo el calor inimaginable en el escenario del salón de baile lleno de público que había acudido a homenajear el nuevo "misacantano".
Cerca de mí, en el almacén que nos servía de camerino, estaban las cajas de los refrescos, muy apetecidos por mi boca reseca por los nervios consiguientes, con dinero en el bolsillo para comprarlos, obsequio de mis parientes por mi primera comunión, pero sin tiempo material porque en cualquier momento me mandaban actuar en la velada festiva.
Vivía de alquiler en una casa particular ya que no había más casas de maestros por entonces que la ocupada por Don Raimundo. Allí el matrimonio comenzó a recibir la serie numerosa de hijos que por norma general llegaban a cada familia.
Terminado el curso, cambió de planes, pidió el traslado y desapareció de la escena escolar de nuestro pueblo.
Pasados bastantes años me pareció verle una vez en el autobús de línea, reconociéndolo porque seguía llevando su característico bigote negro.
Artículo 5º: Don José Luis
Alias "Bacalao Tieso". La malicia pueril le puso ese mote porque diariamente iba a la escuela a pie con un porte y una figura muy tiesa y estirada, pisando con los tacones de sus zapatos de "chúpame la punta". No se si este andar característico era un defecto de sus pies o su forma habitual de caminar.
Según sucesivas firmas de los maestros en mi Cartilla de Escolaridad este fue el que sustituyó a Don Sebastián del que hablé anteriormente.
Uno después era interino que estuvo poco tiempo, antes de ser cubierta la plaza por un titular.
Personalmente tuve mucha suerte con este maestro, le caí muy bien y me consideré uno de los preferidos dentro del grupo de sus alumnos. Me toleraba casi todo, hasta que un día lo cansé de tal manera que no aguantó más y me tuvo que pegar. Desde entonces anduve con más cuidado y ya no me excedí en mi situación de privilegio y distinción.
Como mozo joven y soltero, alternaba los domingos y las fiestas con una pandilla de mozos del pueblo de su misma edad. Pasaba la tarde en las tascas y bares de entonces, terminando su recorrido en el salón de baile. Las consecuencias festivas eran en principio un mal lunes que todos los alumnos temíamos sobremanera.
El hecho más significativo y destacado de esta indisposición festiva que quedó grabado en mi mente infantil fue el público y furioso destrozo de un balón de fútbol, rasgado con una navaja después de un recreo conflictivo.
Para fomentar la actividad deportiva y lúdica, preparó y quiso llevar adelante un campeonato de fútbol en el exiguo patio de recreo, después de desplazar al resto del numeroso alumnado fuera del recinto con el consiguiente enfado de Doña Cándida.
Como se necesitaba un balón y no había, se acordó comprarlo entre todos y de esta forma fuera propiedad de toda la escuela mientras durara.
La operación de su compra urgía así es que, mientras era recogido el dinero necesario, el maestro compró el balón adelantando el dinero de su bolsillo. Comenzó el campeonato pero la cantidad asignada a cada uno para la compra del balón no terminaba de recaudarse.
Sólo algunos de los mayores disponían de solvencia económica para afrontar la deuda y al final no pudo amortizarse el balón. Surgió entonces el inevitable conflicto entre los que habían pagado y quienes no lo habíamos hecho por fuerza mayor y contra nuestra voluntad de pagar en cuanto pudiéramos. Los realmente propietarios del balón no querían dejar jugar con él a los morosos.
Fue un lunes fatídico y de resaca dominguera. El maestro cortó drásticamente el alboroto formado en el recreo con salomónica medida de repartir el balón en cachos entre los beneficiarios.
Siguiendo la norma habitual, este maestro también duró poco tiempo en la escuela y a mí se me acabó la buena vida estudiantil.
Muchos años después pude coincidir con él en el pueblo en una inauguración municipal, siendo este un alto cargo provincial.
En su discurso recordó su paso por el pueblo como docente y yo su nombre y su físico así como su influencia en el acervo cultural de nuestro querido pueblo.
Artículo 6º. Don Ramón
Sobre este maestro hablé largo en el Pregón de Fiestas del año 2001. Fue el que más influyó en mi formación escolar. De él me quedaron los mejores y más gratos recuerdos por su gran interés para que aprendiésemos. Se propuso usar cualquier método y forma de enseñanza con tal de que aprovecháramos al máximo el tiempo lectivo.
Como por entonces estaba libre la casa de los maestros en el piso bajo del antiguo ayuntamiento, lo ocupó y lo decoró a su gusto. En el comedor pintó un hermoso gato en su pared frente a la ventana viéndose muy bien desde la calle cuando la tenía abierta.
Usaba una pequeña moto con la que subía a la escuela y marchaba los domingos y fiestas a ver a la novia en un pueblo cercano.
Todas las mañanas yo calculaba su hora de salida y cuando arrancaba la moto asomaba por la esquina del ayuntamiento. Entonces me invitaba a subir y luego, si no aparecía una de las maestras en la curva de la casa del tío Sebastián, subía montado hasta las escuelas, en caso contrario me mandaba bajar y ella ocupaba mi sitio pues vivía de pensión en una casa de ¿Las Eras¿.
Recuerdo su barba negra y cerrada. Por sus comentarios frecuentes en la escuela y los cortes, tenía algún problema a la hora de afeitarse.
Para estimularnos a estudiar nos dividió en equipos o grupos de trabajo, haciéndonos competir entre nosotros con preguntas sacadas de las lecciones que aprendíamos. Al final el equipo con más puntuación era el ganador y recibía un premio en metálico consistente en un billete de veinticinco pesetas a sortear entre los componentes del equipo. La suerte hizo que le tocara a alguien que sólo hacía número. Con el aliciente del premio, nos esforzábamos por estudiar y aprendíamos hasta la letra más pequeña de la Enciclopedia Álvarez, preparando las preguntas más difíciles y rebuscadas quienes nos encontrábamos al frente de los equipos. Este hábito de estudio, la reserva y acumulación de conocimientos me sirvió luego de mucho en mi primer año de colegio.
De la noche a la mañana, en pleno curso, un día se despide de nosotros sin más porque se marchaba de la escuela y del pueblo. Mi desconsuelo fue tan grande que lloré amargamente, como un crío nunca mejor dicho. Me dolió mucho esa despedida tan precipitada, no hubo explicaciones por lo que no comprendía tan rápido y brusco final.
Más tarde en el colegio coincidí con un chico del pueblo de su novia y algo me contó sobre el asunto. Por lo visto no era mucho de iglesia y en aquellos tiempos esto podía ser peligroso. No se veía bien por parte de la autoridad religiosa que el maestro, en vez de acompañar a los niños en la misa dominical, saliera del pueblo a ver a la novia, precisamente a esa hora y pasara el día fuera, hasta el lunes por la mañana.
Es posible que se le sancionara a consecuencia de esto y aprovechó la coyuntura para cambiar de profesión.
Poco después yo también abandoné la escuela para irme al colegio y me olvidé de todo por el momento. Luego tendría otras preocupaciones, otras experiencias, una larga distancia en otro lugar completamente distinto y un ambiente diferente, dejando atrás momentos tan desagradables para la afectividad incipiente de un crío.
Ya algunos años más tarde, estando en la mili, algún compañero de cuartel me ofreció la posibilidad de una entrevista con él en otro donde estaba de mando. Después de pensarlo desistí de la idea pues no quería volver sobre los recuerdos pasados y prefería mantener aquellas impresiones infantiles tal cual las había recibido en esta Herencia Cultural que venimos comentando.
Artículo 7º. Doña Amalia y Don Juan
Aunque Doña Amalia fue maestra de niñas y no tuvo que ver nada o casi nada con mi formación infantil, la nombro por su relación con Don Juan, el médico que curó más de una vez mis heridas de rapaz patoso con problemas en las piernas, activo y travieso no obstante como todos los de entonces. Este médico vivía soltero en pensión muy cerca de mi casa. En la sala comedor tenía la consulta ya que entonces no existían los dispensarios o consultorios públicos en los pueblos como ahora.
Lo mío invariablemente era caerme y romperme alguna ceja al dar con mi cabeza contra el suelo cada vez que me fallaban las piernas cuando estábamos jugando.
Era llevado al médico sangrando abundantemente. Después de darme algún punto en la ceja, me curaba y ponía un esparadrapo bien pegado, recomendando a mis padres que no me lo quitaran y pasados algunos días volvieran conmigo a consulta.
El problema llegaba cuando había que despegar dicho esparadrapo adherido fuertemente a los pelos de la ceja y retirar los puntos de sutura. Lo pasaba tan mal que el médico ya tenía preparados a propósito unos caramelos para entretenerme y callarme mientras hacía esa operación tan dolorosa para mí.
Aunque todos los críos temíamos pasar por sus manos y rehuíamos ir a la consulta médica cuando nos ponían las vacunas, nos trataba muy bien, nos hacía bromas mientras nos pinchaba logrando sacar una sonrisa en medio de nuestros lloros y lamentos y procuraba que sintiéramos el menor daño posible.
A falta de un partido mejor, estos profesionales y funcionarios comenzaban una relación amistosa que terminaba algunas veces en noviazgo y boda. En este caso concreto creo que el matrimonio se materializó cuando los dos ya no estaban en el pueblo.
Muchos años después Doña Amalia y yo coincidimos sustituyendo a los maestros del pueblo en alguna emergencia. Fue para mí una satisfacción grande estar de compañero y hablar con ella de aquellos tiempos pasados y volver a recordar estos detalles después de tanto tiempo.
Lástima que se acordara del pueblo y fuera por allí una temporada a descansar y recuperarse de su mala salud.
Ambos dejaron un buen recuerdo en mi despertar infantil a la vida y así poder tener hoy material para un artículo más con que ampliar el recuerdo de esa Herencia Cultural que venimos tratando en este Programa de Fiestas.
Ángel "El Claudino".
RECUERDOS ENTRAÑABLES
Serie 3º. La Herencia Cultural
Artículo 8º. DOÑA CONCHI Y LOS GUATEQUES
Pasó la edad infantil, pasaron los años de la adolescencia y del internado en el colegio.
En los momentos de recordar me hallo en una etapa de espera en mi vida al haber entrado en caja para ir a la mili, entonces obligatoria sin excepción de tallas y de otros supuestos eximentes.
Aprovecho este tiempo en el pueblo preparándome como algunos más para la docencia.
Es la época esta de los Guateques: una moda de diversión festiva juvenil de grupos reducidos de amigos con unas características específicas y propias, copiadas de las películas yankis de entonces que estaban de moda.
La anfitriona de esos encuentros "guatequeros", en este caso gremiales era Doña Conchi, la maestra de las niñas mayores ya que nos reuníamos en su casa, una de las nuevas, construida para los maestros, que por estar algo retirada, no molestábamos a ningún vecino con la música y la fiesta.
Los guateques eran convocados con motivo de algún cumpleaños, fiesta importante, aprovechada por los maestros de la zona para reuniones profesionales, de intercambio, simple relación o visita en la que invariablemente salía su situación económica y laboral.
Con tiempo suficiente se remitía la invitación a quienes nos unía una amistad gremial y de intercambio de servicios prestados: las sustituciones en casos puntuales por un lado y por otro las prácticas obligatorias que debíamos realizar los estudiantes de magisterio bajo la dirección y firma de algún profesional.
Estos guateques fueron momentos inolvidables de fiesta y amistad. Primeramente nos aprovisionábamos en los bares de bebida y productos para la confección de los pinchos, imprescindibles en todo guateque. Luego aparecía el "pick-up": pequeño tocadiscos en él característico también, los discos de moda más oídos en el momento para cantar y bailar hasta la hora que los forasteros debían volver a sus lugares de trabajo y preparar las clases del día siguiente: Pepi, Luis, este con su seiscientos recién estrenado de color verde, terminado de sacar el carnet de conducir y aprovechando estos desplazamientos cortos para hacer prácticas. Con menos prisas los que estábamos en el pueblo esperando concluir nuestras carreras, ir a la mili o establecernos en la vida, encontrando un hueco en la sociedad.
Como grupo reunido para pasar un rato de fiesta en la monotonía de este pequeño pueblo, aparcábamos los intereses y cálculos personales y procurábamos divertirnos en amistad y camaradería. Ello no quiere decir que estos encuentros privados no sirvieran de base para intimar, llegando en algún caso a un compromiso más serio.
La mayoría, no obstante, seguimos luego caminos diferentes lejos de aquél entorno en el que se realizaron esos guateques de moda entonces y pasados ya muchos años los podemos recordar con una cierta nostalgia, complacencia y satisfacción.
Por oídas, esta costumbre de los guateques siguió en el pueblo con otros protagonistas. Volver a estos recuerdos festivos lo considero necesario para completar este tema de la Herencia Cultural que nos ocupa, porque ha influido en nuestra formación de seres gregarios con memoria y sentimientos.
Artículo 9º. "El Paso" o ¿El Repaso?
"El Paso" o ¿El Repaso? se podría definir como el tiempo extraescolar en el que un grupo de niños y adultos mozos ampliaban sus conocimientos, unos repasando lo aprendido en las horas lectivas y los mozos volviendo sobre los conocimientos recibidos en el breve tiempo de su escolaridad obligatoria. Esta práctica para la gene adulta coincidía con las largas noches invernales, después de concluidas las escasas faenas del campo y recogidos los ganados en los establos.
La exclusividad de su práctica la tenían los maestros titulares de las escuelas públicas. Desconozco y nunca pregunté si por ello recibían un suplemento de su exiguo sueldo, bien de Educación o del Ayuntamiento.
Este sería "El Paso" oficial o público al que podía asistir cualquier con cierto interés cultural.
No obstante el monopolio de esta tarea, se daba otro privado por parte de quienes estudiábamos en el pueblo y luego nos presentábamos a los exámenes por libre. De esto sacábamos algunas pesetas que nos servían muy bien par los gastos de las matrículas y libros.
Años antes, cuando mis padres decidieron mandarme al colegio, creyeron oportuno que asistiese a ese "Paso" para ir mejor preparado y no tuviera muchas dificultades al empezar allí los estudios.
Más tarde en ese tiempo de mi estancia en el pueblo, me dediqué también a impartir clases particulares, poniendo por encima, más que mis intereses económicos que me venían muy bien, mi aportación personal a esa Herencia Cultural de la que venimos hablando en estos artículos festivos. Nunca fue mi intención realizar una competencia desleal con los docentes oficiales de turno, sino crear entre todos el mayor número de posibilidades educativas para que los alumnos escogieran libremente la opción que mejor les fuera a sus intereses académicos. Cuanto importaba era enseñar y preparar a la gente cultural y socialmente, lo de menos quién lo hiciera.
Aunque "El Paso" privado había que pagarlo, algunos preferían este al otro por muchas razones entre las que estaban: una atención más personalizada a cada miembro de un grupo reducido, la cercanía a su domicilio y no desplazarse hasta las escuelas de noche en el frío invierno, lo confortable del lugar con braseros, la comodidad y tranquilidad y sobre todo la dedicación exclusiva a la materia que a cada uno le interesaba, tratando de preparar su ingreso en el funcionariato estatal.
En esta actividad de "El Paso" tuve, paradójicamente, las mejores experiencias y resultados educativos y las decepciones más grandes en la amistad. Ayudé a varios participantes a encauzar sus vidas y encontrar un sitio seguro y fijo en su vida laboral; a otros a satisfacer sus laudables ansias de adquirir conocimientos, aunque en su vida campesina no les hicieran mucha falta, ayudando a alguien deficiente a no sentirse excluido al esforzarse con cierto éxito a realizar lo que los demás. De otro lado se interpretó mal mi ayuda desinteresada a un vecino concreto que necesitaba comenzar unos estudios elevados.
No se podrá entender la herencia cultural del pueblo sin la aportación importante de esta actividad de "El Paso" que nos sirvió a todos, docentes y alumnos, a prepararnos cada cuál en su situación para afrontar el futuro de una manera lo más satisfactoria posible.
ÁNGEL "EL CLAUDINO"
Todos renegamos de los apodos o motes que se nos ponen, pero bien mirado, gracias a ellos, se identifica rápidamente a la persona mentada.
Los nombres y apellidos de la gente de nuestro pueblo son un verdadero galimatías con tanta repetición e igualdad: Pascua, Pascua; Vicente, Vicente; Pascua Vicente; Vicente Pascua¿ y así sucesivamente.
Cierta madre del pueblo usó con su hijo esta costumbre más fácil y comprensible.
Llama a su hijo y le dice:
-Pepito ve a casa de la tía Pelodulce y le dices que te de un pan.
El rapaz, avispado y diligente hace presto lo que la madre le dice.
Aquél día la tía Pelodulce se había levantado con mal pie y las cosas no le salían bien. Se le había acumulado el trabajo y tenía un humor de perros.
Ya en el comercio y después que se le colaran la mayoría de las mujeres al pobre chaval, le dice la tíaPelodulce:
- A ver rapaz ¿tú qué quieres?
- Me ha dicho mi madre, tía Pelodulce, que me de un pan que luego ella se lo paga.
La tía Pelodulce lo mira con cara de pocos amigos y responde al rapaz:
- Anda, hijo, vete a casa y le dices a tu madre que te enseñe cómo me llaman; luego vienes otra vez y me pides como Dios manda lo que quieras.
El muchacho se marchó sin el pan y no hay constancia si volvió otra vez a casa de la tía Pelodulce con la lección bien aprendida.
Ángel "El Claudino"
Vaya esta vez nuestro recuerdo para tantos hombres y mujeres de este nuestro pueblo que, a pesar de lo ingrato de sus vidas; de tanto trabajar, jamás perdieron el buen humor y su siempre talante bromista.
El tío Fortunato era uno de tantos vendedores de fruta y aceitunas que recorría frecuentemente los pueblos cercanos, donde tanto él como su familia habían hecho muchos y buenos amigos.
- ¿Qué tal está su hermana?, le preguntaron unas amigas de la familia y asiduas clientes.
- En el pueblo la dejé de parto, les contestó
- Pero ¿a sus años? Le replicaron.
- Un descuido lo puede tener cualquiera, sentenció.
Las buenas señoras se admiraron de la noticia y planearon hacerle una visita y llevarle algo como era costumbre en estos casos.
A los ocho días más o menos, se ponen en camino y al llegar a la entrada del pueblo preguntan por la novedad de la hermana del tío Fortunato. La carcajada fue general. ¿No conocéis las ocurrencias que se gasta el tío Fortunato?, les respondieron a las pobres aldeanas.
Corridas y avergonzadas, volvieron sobre sus pasos, riéndose a sí mismo de su condición de incautas, inocentes y crédulas, prometiéndose que en adelante no volverían a caer en la trampa de las ocurrencias del tío Fortunato.
Ángel "El Claudino"
¿Quién no ha conocido a los muchos vendedores de las famosas aceitunas de Mieza?.
Se nos cuenta que nuestros tatarabuelos y bisabuelos llevaron sus sabrosas aceitunas hasta la mismísima Palencia en sus carros de mulas o en el tren.
Son ya un recuerdo aquellos tiempos en los que los olivares eran casi la mayor riqueza del pueblo y todos se esmeraban en traerlos bien preparados y cuidados.
Pero la atención de nuestros recuerdos, no quiere ser sólo para los sufridos vendedores de aceitunas. Recordaremos de forma especial a todas las anónimas cortadoras de aceituna: esas mujeres que pasaron intensos fríos en sus cuerpos y que los dedos de sus manos acusaron con el tiempo las consecuencias del trabajo realizado. Durante todo el año eran una estampa típica del pueblo. Solas o en grupo; los dedos de sus manos enfundados en trapos, con un trozo de "huciño" (hocino) en una de sus manos y en la otra un puño de aceitunas, iban mecánicamente, pero con certeza, sajando dos veces, una por una, las aceitunas de incontables banastas para endulzarlas y tenerlas a punto para su venta.
¿Se molestará alguna de estas cortadoras anónimas en contar cuántas contó a lo lago de su dilatada vida? ¿cómo se quedarían sus manos y dedos en los crudos inviernos de algunos años, constantemente metidos en el agua helada, mientras afuera, en la calle nevaba?
De ellas se recogió esta canción, incluida en un cancionero popular:
"Pa ganar siete perras con la aceituna te pones con el alba y hasta la una, y hasta la luna y hasta la una"
(Tono: solm;2b;fa#,Sol,La,La,Si,Do(Si,Do,Si,La)
Ángel "El Claudino"
Serie 4ª. ESTAMPAS MAÑANERAS
Artículo 1º. El Señor de la Cartera
Principio de otoño de uno de los últimos años. El tráfico rodado está imposible. Los atascos son diarios a la entrada de la ciudad. El afán recaudatorio de los ayuntamientos ha limitado, entre otras cosas, los aparcamientos gratuitos en los barrios.
Ante este panorama, "El Señor de la Cartera" decide dejar el coche en el garaje y sustituirlo por el transporte público. Tardará más en llegar al trabajo pero esto se compensará con menores preocupaciones y agobios.
"El Señor de la Cartera" es algo maniático. La espera diaria de la llegada del autobús a la parada la consume paseando de acá para allá en las cercanías. Sólo se acerca a ella cuando ve venir el vehículo y siempre entra él el último. Este detalle no le importa pues nunca se sienta ni compite por tanto con el resto de los viajeros por los asientos vacíos. Siempre se coloca en el mismo sitio, a la izquierda, en un hueco libre de asientos, donde menos le molestan y molesta a quienes entran y salen.
"El Señor de la Cartera" tiene bien calculado el horario más conveniente para llegar con diez o quince minutos de antelación al trabajo. Cuenta en ello con posibles imprevistos por obras y controles que a veces producen atascos y caravanas.
"El Señor de la Cartera" es una "rara avis" entra tanta asistenta y dependienta que echan unas horas para completar los ingresos familiares, generalmente demasiado justos. Lo miran con cierta curiosidad y se alegran en su interior de alguien que usa la Cartera y parece instruido y leído se codee con ellas y decida recurrir al transporte público cuando es el privado el que todos prefieren.
La innata curiosidad femenina se puede preguntar qué profesión ejerce "El Señor de la Cartera" y cuánto ganará en ella. Puede ser profesor de uno de los colegios privados de la ciudad al que se dirige después de bajarse en la parada más cercana a él; aunque por otro lado, su anticuada forma de vestir, demasiado monótona, pueden descartar este supuesto. Le pega mejor la profesión de cura o religioso que preste sus servicios profesionales en unos colegios de monjas cercanos. Esto lo puede corroborar su timidez, su reserva, su silencio, su mirada cabizbaja y sus modales educados a la hora de situarse en posición para bajar del autobús, después de haber parado la tarjeta electrónica de pago del viaje por la máquina.
"El Señor de la Cartera" ha calculado que esto del transporte público será para algún tiempo; por ello recaba información para saber la forma de acceder en un principio a la tarjeta electrónica de prepago de los viajes, con la que se ahorrará, al ser más barata que la forma normal, unos euros y se liberará de andar con monedas para dicho pago. La adquisición de la Tarjeta electrónica fue una tarea sencilla así como su uso, integrándose rápidamente en el amplio grupo de usuarios que han optado como él por esta modalidad de pago.
"El Señor de la Cartera" es ya por tanto un elemento más del número de usuarios del transporte público a la misma hora todos los días laborables. Conoce de vista a algunas compañeras de viaje porque pasean su perro cuando él sale a andar o las ve salir o entrar en los portales de las viviendas cercanas. Son las que, como él, van a trabajar a la misma hora y, como burro atado a la noria, han de realizar diariamente una rutinaria y monótona tarea, si luego quieren comer.
A pesar de ello "El Señor de la Cartera2 es bastante taciturno; escucha las conversaciones animadas de sus vecinas pero se comporta como si no se enterara de nada. Siempre va mirando por la ventana, sin preocupación aparente por quién entra o sale, si es conocida o nueva en el grupo.
"El Señor de la Cartera" es un poco aficionado a escribir como forma de terapia personal y también usa estos momentos para recoger material de sus escritos. Se podrá comprobar en lo sucesivo cuando hayamos dado a la luz todos los artículos que se han englobado bajo el título de la serie 4ª: "Estampas mañaneras" y que se le han sustraído sin que se enterara de forma casual de su ordenador privado. Leídos todos, nos parecieron interesantes para ser insertados en el Programa de Fiestas y así fuera este "Señor de la Cartera" quién colaborará en él en lo sucesivo.
Artículo 2º. La Señora Conocida.
Aunque "El Señor de la Cartera" se ha definido a sí mismo como taciturno y solitario, habitualmente suele saludar a la gente conocida. Es el caso de la Señora que se encuentra en la parada del autobús los lunes y los jueves.
"El Señor de la Cartera" no entiende que se acerque hasta esa parada cuando tiene otra que a él le parece está más cercana para ella. Quizá sea por coger sitio con más facilidad para ir sentada.
El conocimiento y la relación entre ambos viene de lejos cuando el marido se presentó, en demanda de ayuda, todo escayolado y sin apenas poder moverse, porque quería seguir trabajando a pesar de su estado. Confiaba en recuperarse pronto y volver a conducir, sin miedo alguno al accidente sufrido en el que el camión que llevaba quedó para la chatarra y él con posibles secuelas, aunque, como pretendía, se recuperase bien.
En los breves momentos que caminaban juntos, antes de separarse, hablaban del tiempo, de las ganas tremendas de jubilarse y de la cuesta que la Señora ha de subir cada día para llegar al trabajo y que cada vez se le hace más pesada.
A ella, como conocida, acudió "El Señor de la Cartera" cuando decidió sacar la tarjeta electrónica de prepago de los viajes; siendo su información pormenorizada y completa.
Cuando la Señora se halla más cansada o con problemas de salud, comenta que no deja el trabajo porque, con la pensión que le ha quedado al marido por jubilación de invalidez, no le llega y los dos hijos gemelos, que trabajan en una empresa especial para minusválidos, no ganan lo suficiente tampoco.
Al "Señor de la Cartera" lo que más le llama la atención de esta gente trabajadora es su conformidad y resignación a la hora de afrontar la diaria tarea laboral estando como él puntuales a la hora calculada.
Un día la Señora no acudió a la cita mañanera en la parada del autobús. Días antes se había quejado de estar algo indispuesta y no lograba recuperarse. "El Señor de la Cartera" pensó que había cogido la baja por enfermedad y de ahí su ausencia en días sucesivos. Luego pasó demasiado tiempo para que esta fuera la razón, por lo que intrigado quiso averiguar la causa.
"El Señor de la Cartera" se cruzaba frecuentemente con uno de los hijos gemelos, el más abierto de carácter, el que llaman ¿de asuntos exteriores¿. En una ocasión pasaba por su lado muy ufano con su última novia a la que seguía a todos los lugares y actividades que frecuentaba. Lo para y le pregunta por la salud de su madre.
-Está bien, le contesta, después de ser informado del motivo por el que le hace la pregunta que no es otro que el de no volverla a ver cada mañana ir al trabajo.
No insiste más en el asunto quedando medio informado y satisfecho temporalmente.
Pasado algún tiempo más sin que la Señora haga acto de presencia, un día coincide con ella en la calle y ve la ocasión propicia para salir de dudas.
La Señora le aclara que está bien de salud, que ha cambiado de horario de trabajo y ahora cogía otro autobús más tarde.
Desde entonces "El Señor de la Cartera" ya no tiene a nadie conocido en sus viajes diarios. No saluda, no comenta la situación meteorológica, ni repite ya la muletilla: "que sea leve" (se supone que la jornada laboral), frase hecha que copió otro grupo también al despedirse.
Felices Fiestas Ángel "El Claudino"
Ayuntamiento de Mieza
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