Serie Los Apodos

Serie "LOS APODOS"
-Capítulo 9º El TIO PERDÍO

Siendo niño de siete u ocho años el bisabuelo de Felipe el Perdío, su padre lo llevó a Las Arribes de la parte Abajo. Mientras el padre estaba atareado en hacer una carga de leña de hojaranzos y escañabones, dejó al niño al lado del mulo que pastaba en una nava. El mulo se alejó, tal vez escaqueándose de llevar la carga o buscando un lugar donde comer mejor. El niño le siguió, pero no pudiendo darle alcance se despistó y se perdió en pleno Carrascal.
Buscaron al niño aquella noche y al día siguiente. Por fin lo encontraron en la Fuente El Nieto o El Cotón. El niño debió de tomar la rodera de Valdelaviña por el caño de la fuente Milredondo y, como entonces todas las tierras estaban abiertas, pasaría por debajo del picón del Mormeral y atravesaría el Arroyo de la Llaga, (La Rogallaga). Hasta tal vez llamase a la puerta del molino del tío Bonifacio.
A finales del siglo XIX, época del protagonista, Mieza tenía más de 1.200 habitantes y durante el día todos salían a trajinar por el campo. Los caminos eran hormigueros de miezucos que iban y venían, pastores, revadanas, a arar, a leña, a ramón, a lavar en los arroyos, al Carrascal, a llevar las vacas al prao, a llevar la comida al que está arando. ¿Cómo nadie pudo ver a este recental dando validos lastimeros?
El niño perdido, apareció por los andurriales del Cotón. De aquí el niño Perdío. De mayor el tío Perdío.
El niño perdido en Las Arribes y hallado en el Cotón.
En el punto donde confluyen los tres términos de Vilvestre, Cerezal y Mieza había una fuente llamada Fuentesalsa en la que rezaba una inscripción:
"Fuente Salsa - bebe y marcha".
Que quiere decir, abreva los ganados pero no los dejes pastar aquí.

Otra versión del tío Perdío. El mismo que se perdió de niño, ahora, de mayor, prendió fuego en Las Arribes. No sé los daños que causaría el fuego, pero entonces estaban muy valoradas Las Arribes, tanto por el pasto como por la leña o las escobas. Le hicieron juicio, en el cual confesó, ¡oh nobleza baturra!, que él había prendido el fuego. Le condenaron a entregar todo cuanto tenía, casa, fincas, ganados¿, todo. Lo dejaron en ayunas, desnudo y en la calle. Tuvo que salir a pedir, y ya se sabe, al que nada tiene lo pelan más y queda perdidito, es decir, el tío Perdío. Elijan ustedes la versión que más le guste.
Felipe me dijo, que su abuelo le contaba cosas del tío Perdío..., Celia que su madre le hablaba del tío Perdío..., Genoveva me contó que el tío Perdío... Diferentes historias sobre el mismo personaje. La mente humana muele y muele sus recuerdos y a lo largo de su vida amasa y amasa con diferentes hurmientos masas ácidas, dulces o yeldas y al final hornea panes, tortas o caniles.

En los años de la guerra civil estaba construyendo el pilar de Las Eras el tío José el Perdío, (hijo de aquel niño que se perdió y abuelo del actual Felipe el Perdío y de Celia la Perdía), con sus hijos Severino, Jesús, Elías. Estos hijos fueron llamados a filas y quedó suspendida su construcción reanudándola cuando los hijos retornaron. Hay una fecha ilegible en el machón de los caños.
Por los años de 1970, y capitaneados por..., intentaron derruir el pilar de la faz de Las Eras, pero se levantaron en armas las mujeres, las vecinas del pilar, sobre todo la tía Quica la Perdía, amenazándoles con escobas, escobajos, fregonas, y estropajos para barrer, amedrentar y espantar a los iconoclastas del Pilar. Y..., ahí está, ahí está, ahí está... Ahí está el Pilar. Tiene más historia este Pilar y hay que recopilarla.
¡Aupa los Perdíos!

Aquellos tiempos en que todo era pecado, robar unas peras, entrar en la iglesia en manga corta o sin velo en la cabeza, arremangar a una moza para verle las ligas, cogerle la mano a la novia, ir a por una carga de leña el domingo, meter las ovejas en el cerrao ajeno, comer a hurtadillas a la madre unos higos pasos en harina en una cesta colgada de la chilla guardados para el mondongo, robar un repollo o unos bretones para un caldo, coger alguna ristra de higos pasos en los balcones...

Quiero reverdecer las mancollas de fantasías de rapá. Repizarlas en mañuzos de recuerdos sobre el alda de mi madre y agavillarlas en manojos para hacer una hacina y trillarlas en Las Eras. Quiero vivir el presente, mirando de reojo al futuro, pero con la memoria del pasado. Todo esto, "a mi me sabe a pueblo".

Venancio Pascua Vicente

 

Me gusta mi pueblo, Mieza. Entre otras razones porque tiene Taras, Tararos y Tirariras. Todos los apodos o motes tienen "ese aquel", que decían las abuelas refiriéndose a cada persona.

"En tiempos de los apóstoles - eran los hombres tan bárbaros - que se subían a los árboles - a coger pájaros". Y en otros tiempos a los rapaces que "daban guerra", que se subían a los árboles a coger nidos, corrían por las calles, tiraban piedras a los perros y a los gatos, cazaban lagartijas en las lastras de La Majá, saltaban por las paredes de las cortinas, se peleaban y golpeando rabiosamente un puño contra otro se insultaban con los motes de familia, ¡Farruco, Farruco!... ¡Tirarira, Tirarira!... ¡Pina, Pina!... ¡Morcajo!..., la mejor manera de tenerlos seguros era llevarlos a la escuela.

Nuestro rapá era travieso y la madre quería verse libre de él para poder hacer la comida (y al lado de la lumbre corría peligro, para ir a lavar a la Pocita, a buscar un brazao de herrén al camino Barrueco, a buscar una oveja parida a Los Barrancos, a llevar la comida al su hombre "pa" Las Casinillas, a...

Su madre decidió llevar a este travieso mocoso a la escuela. Antes, lo lavó, le hizo sonar los mocos, lo peinó, le colocó bien los tirantes y le puso las chancas más nuevas. Era el mes de febrero y corrían los primeros años del siglo XX.

La escuela estaba situada encima de la cárcel, adonde se accedía por unas escaleras de piedra sin barandilla detrás del Ayuntamiento, que estaba en el piso superior. La madre no debía tener muchos arranques para llevar su retoño a la escuela, o tal vez temía que el maestro no lo admitiese. El caso es que en medio de la Plaza dijo:

- Anda ves pa la escuela, tocas la puerta y entras.

El niño, que no sabía de miedos ni de vergüenzas, "pallá" se fue e hizo como su madre le había dicho. Tocó a la puerta y esperó. Otro muchacho la abrió y el maestro, al verlo "plantao" en la puerta, le preguntó:

- ¿Qué quieres?
- Mi madre me mandó pa a escuela y me dijo "que-entara".
- ¿Qué...? - preguntó el maestro.
- "Que-entara".
- "Que-en..." - repitió el maestro con extrañeza.
- tara
- Ah, con que tara, ¡eh! ¡Ay, tara, tara! Bueno, pues entra, Tara.

Los niños, que suelen ser crueles con las debilidades de otros muchachos, lo bautizaron "El Tara" y así renació: Manuel, "El Tara". Y heredero directo Ángel, El Tara.

¡Por muchos años, amigo Ángel!

Para otra hablaremos de mi abuelo José, "El Tío Tirarira".

Venancio Pascua Vicente (septiembre 2002)

Cuando yo tenia ocho años, así me queje un día a mi hermano Eduardo:

- Eduardo, Manolo el Gerardo, me ha insultao
- Pos qué te ha dicho?
- Me llamó ¡ tirarira !
- ¿Y tú qué le hiciste?
- Yo, nada, le llamé ¡Morcajo! ¡Vínculo!
- ¡Chacho!, pos si que las arreglao.
- Edudardo, ¿por qué me llaman Tirarira?
- No lo sé. Debió ser cosa del abuelo José y los nietos los hemos heredao.
- ¿Y yo también lo heredo...?
- Coña. Pos ahora si que, ¿no eres también su nieto...?
- Oye ¿ a ti te pica cuando te llaman tirarira?
- Quevá.
- Es que me lo decía con rabia, golpeando un puño contra otro. Y me cantaban:

Tirarira fue al infierno // a pedir un cacho pan
Salió Judas con la porra // Tirarira toma pan

- Huy, hombre, eso es cosa de rapaces. ¿No ves que los viejos no se enfadan por eso?
- Algunos si se enfadan cuando los llaman por el mote.
- No será muy alabancioso. Baj, serán un poco cascarrabias.
- Es que me lo decía para insultarme.
- No hagas caso. Cuanto más te piques más te lo dicen.
- Sí, pero me insultaban.

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A la hora de la comida, así le espeté al abuelo José
- Agüelo, ¿qué quiere decir Tirarira?
- ¿Y por qué?, -respondió el abuelo preguntándome.
- Porque hoy un muchacho para insultarme me llamó ¡tirarira! - El abuelo dibujó una sonrisa entre alegre y triste, se le estiró la piel resquebrajada de la cara y resplandeció un destello de juventud en sus ojos -.
- Mira, muchachito, -me dijo-, fue un juego de rapaces. Apostamos dos grupos a tirar por los extremos de una soga siempre uno menos de mi lado: yo contra dos, después uno conmigo contra tres de ellos, luego tres nosotros contra cuatro...y asina hasta que los de un lado arrastraban al otro... La apuesta la propuse yo y además uno de los que perdieran tenía que arremangar a una moza que estaba con su novio en un rincon de la carretera y salir corriendo ( lo de salir corriendo no entraba en la apuesta).
- Agüelo ¡ vaya trastada! le dije; el me miró y continuó -
- Era una tarde soleada de un domingo de cuaresma, cerca de la Resbalina en la carretera de La Code. Como el Baile estaba prohibido en cuaresma, la carretera se llenaba de cuadrillas de mozas cogidas del brazilete y cantando "los Sacramentos de Amor..." y otras tantas cuadrillas de mozos voceando "por esta calle que vamos hay mozas y no las vemos...".

Dos o tres cuadrillas de mozalbetes gastaba bromas, a veces pesadas, a otras tantas mozuelas. Menudeaban pandillas de muchachos corriendo con una lagartija en la mano detrás de otras tanta rapazas. Otros grupos gastaban pantalones y bragas resbalándose en la Resbalina.

¡Ay si alguna mozuela sentía ganas de mear....! no le darían facilidades de intimidad. Era toda una algarabía, toda una pajarería en la carretera.

Con cien rapazas y otros tantos rapaces que íbamos a la escuela había para llenar la carretera, La Code y el Llanito la Pulida...

- Agüelo, esas cosas también las hacemos hoy.
- ¡Sois unos pindongos! Me contestó ¿y no coméis cacaroyas?
- Pos claro. Y aceas y almendrucos.
- ¡A rapá! ¡cuidao con el montaraz, Pepe el de la Anguila, - dijo el abuelo- que suele estar en algún recodo de la carretera vigilando El Plantío!
- y bajamos a por urde a la orilla del Cachón.- le contesté.
- ¡Votová!.- cortó mi madre.- ¿cuántas veces te he dicho que no bajes al río?
- Es que me lo dijo Angelín el Farruco.
- ¡Otro trasto como tú! Como vuelvas a bajar te rompo la crisma.- añadió mi madre.
- Anda que, -intervino Rosa- que el otro día me dijeron que habías rodado piedras rempimpiando desde el picón a las cabras de La Tía Eudoxia por el Colagón del Tío Paco y que menudos juramentos os echaba desde abajo.
- ¿Es verdad? -me pregunto el abuelo-.
- Yo, ¡que vá! -le contesté-.
- Pos el otro día cuando ibas tú a lavar pal pilón del Horno -le dije a Rosa- fue tu novio contigo hasta la Cruz del Horno y me dijiste que no dijese nada, -Todos me miraron de reojo-
- Tenei cuidao, que la Tía Eudoxia es bruja y os puede capar.- dijo José
- Pos a mí me cura la barriga cuando me duele -le dije a José- Y el otro día tú te subiste al nido de miloje en el picón pa Las Cañas y después no podías bajar.
- Votovadiosle- dijo la madre- como coja una berdasca os doy a todos.
- ¡Eres un enredique!, -me dijo el abuelo- Anda, come, que te quedas aorzas.
- ¡Jolines! es que todos van contra mí - rezongué-
- Callaté y déjame que te cuente, que ya me estás embayendo. Bueno, pos cada vez que tirábamos de la cuerda -continuó el abuelo- yo decía a mis compañeros ¡tira.......! ¡tiraaaa!....... ¡tiiiiiiiiraaaa!...., mientras aguantábamos el primer estirajón de los contrarios y al arrastrarlos les decía yo: agora ¡toma!... Y asina con el ¡tira....! , ¡tira...! y el ¡toma! vencimos tosas las veces. Pero a consecuencia del ¡tiiira ! ¡tiiira ! ¡tiiiitaaatiiiraaariiiraa! me quedé con tirarira. Aquella tarde ya no tenía otro nombre más que ¡José el tirarira! y estoy contento.
- ¡Mecachis en la mar!, -le dije-, y yo que me picaba por que me llamaban tirarira. Me quedo con Tirarira. Pero con la de la mayúscula.
- Oye ¿de quién es esa rapaza de la mayúscula? - me dijo el abuelo
-¡Qué tunante es, Agüelo! Y ¿qué pasó con lo de arremangar a la moza? le pregunté.
- ¡Ay, ay, ay! la que se pudo liar. Entre los que perdieron uno tuvo que ir a arremangarla.
Salimos todos corriendo como perdigones por las cortinas, saltando paredes y escondiéndonos entre escobas y carrascos. ¡Ah! y el novio detrás de nosotros. ¡Votová! La que se pudo liar hasta que le convencimos al novio de que sólo había sido una apuesta. Menos mal que entre los que perdieron uno era hermano de la novia.
- Agüelo ¿a usté le gustaba arremangar a las mozas?
- ¡Qué caray!, y a las rapazas. Esto tenía el riesgo de un cachete, pero a ellas también les gusta enseñar un poco las ligas y las nalgas. Pero sólo un poco. Es algo asina como echarles un piropo. Si no, te llaman soso. Primero les haces un guiño de picardia, para ver qué cara ponen , y luego las arremangas.
- Agüelo, ¿y fue alguna vez al infierno?- El abuelo simuló un gesto de extrañeza y al momento me contestó más serio.
- ¡To! ¡eres un zarajuelle preguntando! Mira, he trabajado mucho para no sufrir el infierno de tener que pedir un cacho pan. Y por ganar el pan he sudado muchos caminos y muchas aradas. He pisado descalzo muchas gatuñas y abrojos, pero no he tenido que pedir. Primero se es un lagumán y luego se es pedigüeño. Oye ¿no has oído decir "eres duro como las correas del tio Tirarira"? Pues esas correas son las mías.
- ¡Ah ridiosla! Algunos se hubieran alegrado de verme pedir. Ahora que, tampoco lo daba, si no era necesidad, ni siquiera la perra que pide el cura en la iglesia. ¡A ganarlo! y todos los domingos voy a misa, no te confundas, mocoso. He sido trasto, pero de provecho. ¡Ha sido duro! Pero ¡déjalo!-
- Sí -le dije- y en la Iglesia siempre se sienta en el extremo del primer banco de los hombres.
- Como voy todos los domingos a misa, me lo reservan. A veces me da en la cabeza alguna de las perras que tiran los mozos desde el coro cuando pasa el monaguillo sonando la hucha y pidiendo:"Animas benditas. Podéis hacer bien".
- ¡Claro -le dije- delante están las mozas de rodillas en los reclinatorios!
- En la iglesia yo siempre miro palante, al altar.

Aquel día por la noche fui a llevarle la cena, como todos los días, a la calle La Ortiga.
El abuelo solía acostarse al oscurecer y cenaba ya en la cama, Al terminar me dijo:

Ven pacá, - y con un cariñoso tirón de orejas me dio un beso. ¡Qué cosa mas extraña, el abuelo tirarira dando un beso! ¡Qué recuerdo guardo de eso! Estas cosas no se olvidan mientras el corazón bombee y en la mente brille una estrella. El corazón de lo abuelos es niño y a veces les juega estas malas pasadas o les da estas satisfacciones.

Hoy, 60 años después, vuelvo a hablar con el abuelo Tirarira:
- Abuelo, el otro día una mujer me dijo refiriéndose a uno de mis hijos: "Ah, rapá este es tirarira legítimo". Estarás contento, ¿no, abuelo? -El abuelo no contestó. -Al fin dijo:
- Estoy jugando a las canicas con tu padre y con sus hermanos en el arrimadero pa la Cañas.
De frente vemos La Code y allá en lo hondo del Duero pasa bramando el Cachón. Hace una tarde soleada y la carretera de la Code está llena de gente. ¡Menuda algarabía se oye! Debe ser un domingo de cuaresma.

- Abuelo, -le dije- el Duero ya no brama porque esta quieto. Y la gente ya no va a pasear en cuaresma a La Code, ni está prohibido bailar los domingos de cuaresma, ni...

- Pero tú qué sabes, listillo. A ver si me vas a decir que el Duero se ha parado, que el cura ya no tiene sotana, ni sube al púlpito para predicar, o que los mozos no van a rondar a la puerta de las novias por las noches. ¡A ver si es que las mujeres llevan ahora pantalones...! ¡Vamos, habrase visto...! ¡A ver si ahora vas a enseñar a tu abuelo a hacer hijos! Nosotros vivimos en el mundo en que todo es como lo soñamos. ¡Y como me gusta revivir esto...!

- Abuelo, es abril y la gente está haciendo senderismo de las Arribes en La Code.

De pronto, oigo que el abuelo le dice a su hermano Federico el Vínculo:
- Federico, hoy a un biznieto mío le dijeron que era "Tirarira" y además "legitimo". Hoy os dejo que me ganéis a las canicas.

Venancio Pascua Vicente.

En mi pueblo, Mieza, había un árbol frondoso de motes: entre muchos, Taras, Tararas, Tirariras.... ¿Quién no ha "tarareado" la canción de "La Tarara" que significa toque de trompeta, mientras que "tararira" indica alegría bulliciosa?, ¿y tirarira...?.

Todos los motes tenían "ese aquel", que decían las viejas refiriéndose a cada paisano. Ese aquel que lo ponían guasones, como el tío Martín el Pina. Y es que:

En tiempos de los apóstÓles// eran los hombres barbÁros //
Se subían a los arbÓles // a coger pajÁros.

Sí, en aquel tiempo.... la lista de los nombres propios en uso era escasa por lo cual estos eran muy repetitivos: José, Quico, Manuel... eran nombres repes en casi todas las familias.

Cada matrimonio solía tener seis hijos o siete retoños y los hermanos de los padres eran los padrinos, imponiéndoles el nombre del padre o el del padrino. Y así era frecuente encontrar tocayos entre padres, hijos y nietos. entre tíos y sobrinos a los que había que identificar motejando por características, normalmente censuras peyorativas por defectos físicos, morales o hechos de la persona.

Si alguien tenía un desliz le colgaban el san benito quedando grabado para toda su vida. Los motes eran calificativos, apellidos domésticos, nuevos bautizos que imponía el pueblo con hierro candente. El mote entrañaba diferenciación, y a veces una pulla; era el "alias" que marcaba el hierro de la ganadería, la vitola de torero, El Viti, el Pavesio....

Estos motes eran para el uso del cotidiano trajinar en el pueblo, ya que el nombre de pila con los apellidos paternos era para las solemnidades, bautizo, boda , entierro... Y ¿quién pinchaba la divisa del mote?. Nunca faltaba entre trajín y trajín entre dicho y dicho, el avispado socarrón del pueblo que metía la pulla y ahí quedaba la gracia copiada por sus paisanos.

- ¿Has visto a Quico?
- ¿Qué Quico?
Para evitar esta segunda pregunta el primero ya especificaba : Quico el Tirarira, Quico el Farruco, Quico el Perancho.
- ¿Has visto a Pepe?
- ¿Qué Pepe?
- El que te la saca y te la mete.

Para evitar estos bajos golpes de efecto el tío Socarrón ponía la divisa a cada cual.

Para referenciar a los mayores se le adjetivaba con " El tío": el tío Chingao o el tío Mejicano, el tío Rubio, el tío Colorao, el tío Sanchina, el tío Chupa, el tío Tajarras, el tío Capacho, el tío Caimán, el tío Damáso, el tío Ninaino, el tío Mazucos, el tío Pertenero, el tío Derechino, el tío Patagorda, el tío Colleras, el tío Reinito, el tío Lino, el tío Cagón, el tío Vínculo, el tío Chirolo, el tío Herrerín, el tío Siempreviva, el tío Sebio, alias el tío Carajo, la tía Perterena, la tía Pimpolla, la tía Lina, la tía Capona, la tía Chapalla o la tía Pealera, la tía Chiquinina, la tía Chirola, la tía Mancollera, la tía Changarra, la tía Huesitos. Y, si era de familia, mi tío Urbanito.

El artículo "los" indicaba la saga del motejado: Los Saqueros, Los Regatos, Los Sacristanes, los Rengos, los Calvitos, los Juanos, los Mononos, los Centeninos, los Zacarías, los Mamacabras, los Resbalas, los Perejiles, los Salaos o las Soñas, los Gripinos, los Pacos, los Hormigos, los Civiles, los Torreros, los Chorena, los Calero, los Poros, los Ganguinos, los Patricios, los Enriques, los Gordos o Jogazos, los Boleros, los Ciegos, los Patateros, los Viselos, los Moizos.

A la gente joven se le despojaba del título, "el tío" : José el Pinche, Manolo el Maruco.

Pero "El Tío ", ¡ay, amigo! este era el título del patriarca : El tío Faroles, el tío Matacanillas, el tío Lolayo, el tío Antoñin, el tío Ronquilla, el tío Vicente, el tío Vicente el Cabezo, el tío Cubilano, el tío Calzaparda, el tío Panzas , el tío Morcajo, el tío Cantarranas, el tío Cometirerra, el tío Comemigas, el tío Revilvo, el tío Escolo, el tío Chancas, el tío Enchinador, el tío Saturnino el Pedrito, el tío Grajo, el tío Necretín.

Y este mote era la herencia que dejaba el patriarca.

A veces suprimían el titulo de "el tío" , como el Ruecas, el Melenas, el Trinchel, el Judas o el Pilatos, el Portugués, el Baldao, el Cintilla, el Hospiciano, el Sordito, el Zambo, el Mudo, el Ciegalín, el Pedito, la Lairiñas, la Hilaria, la Pipi, la Dientes, la Patorras, el Tiburcio, el Ratina, el Sorra, el Pelón o el Chato, el Guindilla, el Pirueño, el Trolio.

El pueblo jugaba con los nombres de Manuel y Manolo, de José y Pepe: Manuel el Calzones, Manuel el Barriga, Manuel el Crivero, Manuel el Saquero, Manolo el Faíco, Manolo el Cazarratones, José el Manchao, José el Pina, José el Montijo, José el Cuco, José el Pelayo, Pepe el de la Cristina, Pepe el de Benedicto, Pepe el Grajo, Pepe el seis Dedos, Pepe el de Serapio, pepe el Lagarto, Rosa la Berzas, Rosa la Gorda, Rosa la Tirarira, Rosa la de Maximino, la tía Rosa la Cortinas, la tía Rosa del tío Malasangre, Tere la Anguila, Tere la Farruca, Tere la Pitaña (las tres de Las Eras), Ángel el Farruco, Ángel el Menor, Ángel el Canela, Ángel el Tara, Felipe el Grajo, Felipe el Carpintero, Felipe el Mosca, Felipe el Perdío, Felipe el Cortés...

Si el nombre propio era nada común, no necesitaba distintivo, el tío Plácido, el tío Wenceslao, el tío Paulo, la tía Anita, la tía Escolástica.

A veces, la personalidad de la mujer era tan fuerte que ella transmitía su apodo a la descendencia, como la tía Petrona, la tía Trinidad, o si prevalecían las mujeres, como las Chunchunas, las Veterinarias, las Estanqueras. Las había con fama de brujas como la tía Eudoxia, la tía Remellona, la tía Zangarrina.

Y, ¿qué mote heredaron los hijos, el del padre o el de la madre?, ¿por qué Tito el Veleto y no el Grajo?, ¿por qué Elías el Mosca, siendo hermano de Leonardo Pina?.

Los rapaces utilizaban los apodos como balas de fogueo en sus refriegas. Lo malo no eran los motes en sí, muchos sin significado, lo peor era la rabia, esa salsa rábica de ajo y guindilla que era pulla o el condimento picante para insultar. Claro que el contrario contestaba con los mismos aliños rábicos.

¿Y cuando se insultaban dos primos?. Entonces había que lanzar flechas de distinto color. Entre Tirariras había Meregildos y entre Pinas zumbaban las Moscas.

De todo este bosque de apodos apenas quedan ejemplares con rancia solera. El paso de la guadaña por los vergeles de Mieza ha segado este bosque de apodos quedando como un campo quemado.

Retrocedo a lo años cuarenta y me sitúo en Las Eras, a la puerta de la casa de mi madre, la tía Antonia la Viuda, mujer fuerte entre las que ha habido, y este era el panorama: a mi izquierda vivía un carabinero, el Sr. Santos, cruzamos la calle y allí estaba el tío Sandalio, después un colagón adonde se tiraban los changarros y que por abajo tenía una pequeña tronera por donde entraban los rapaces a cagar, continuaba la tía Menora.

Cruzamos la colaga San Miguel y nos encontramos con los Moizos, las Cacicas, el tío Rubio y el tío Hipólito. Atravesamos el Camino la Zarza sobre las lanchas de una tronera y nos encontramos con los Paulinos o Mazorcas o Casacas y el tío Pesetas. Al lado estaba la tía Cagandanda y todo el resto de esta manzana eran cuadras o casitas para guardar ganado.

Por la parte de atrás, en la carretera, estaban la tía Isabel la Tamborilera y frente el tío Merino, el tío Saquero, el Zurdo, Agapito el Mosca, Josefa la Anguila , y la señora Rosario.

Cruzamos la carretera sobre otra tronera y está la casa del tío Cacique, la tía Calderera, Federico el Cantarranas, el tío Andrés el Tararo y cerraba el círculo Santiago el Sastre. Dentro de este círculo de Las Eras o Plaza del Humilladero, está el Frontón del Santo Cristo o El juego Pelota y en medio de esta soleada y tranquila plaza y al lado dos grandes acacias, el Pilar, que limpiaba la tía Sebastiana, previo arremangue de sus jaramandeles saya y refajo.

Aquí venían todos los vecinos de Las Eras con cantaras a buscar el agua de arriba, de los caños, para beber y de abajo con calderetas de hojalata para lavar la pucha a las aceitunas, tinajas y toneles y con aguaderas para regar las colinas. Aquí abrevaban mulos, vacas y burros, tanto por las mañanas al iniciar la tarea, como al retomar por las tardes; era la taberna o punto de encuentro de las caballerías: bramidos, rebuznos, relinchos, balidos, voces.....

Un poco mas pabajo estaba el caño de la tía Teresa del tío Aniceto.
¿En qué se parece este paisaje al actual? Familias, casas, acacias, colagones y troneras han sido borradas de esta plaza. Y este repaso podría hacerse de muchas calles y rincones del lugar. ¿Es triste todo esto? Es la evolución de la vida. Y esta evolución ha sido de vértigo en la segunda mitad del siglo pasado y a la que hemos contribuido todos, a veces como desertores del pueblo.

Nosotros somos el eslabón que ha sufrido esta rápida evolución que parece de siglos y sin embargo es de ayer, de hace sesenta años ¿Quién no guarda hoy con mimo la fotografía de la abuela o de la casa del abuelo?. ¿Por qué no hacer lo mismo con los motes, tratados con el máximo respeto. Ya son historia.

Los motes son como los viejos cacharros o aperos del abuelo, hoy tan estimados. También son cultura.
"Al sotro" día así hablaban el tío Antaño y el joven Hogaño:

- Pero muchos de aquellos montes ya se habrán perdido - inquirió el joven Hogaño-.
- Pues sí - contestó el tío Antaño.- Esta costumbre de motejar se ha perdido y hoy las referencias se hacen a los padres, esposas, o maridos. Pero los motejados reviven cada vez que los nombramos.

Y pasaron los días, pasaron los meses, pasaron los años y la tía Muerte pasó su esponja sobre el encerado de Mieza y borró llevándose en el viento las cenizas de los humanos con sus motes y con estos sus historias.

Son hojas que el vendaval arrancó de nuestro árbol y ya están arremolinadas y asentadas en el Campo Santo descansando a la sombra del Árbol de la Virgen. Pero hubo mote que siempre me dio que pensar.

- ¿Cuál?, - preguntó el Hogaño.-
El tío Catadios. ¿Por qué se lo pondrían... ?. Tal vez dijo que él a Dios no lo cataba, o sí lo cataba. Un viejo me dijo una vez: "Siempre hay un dios que mata al hombre". ¿Querría decir con esto simplemente que el hombre es mortal...?.

Mi recuerdo muy respetuoso a todos aquellos "tíos... y tías...", portadores que sobrellevaron la cruz de estos apodos, porque en cada uno de ellos hubo un corazón que latió emociones. Si alguien se siente ofendido en lo más mínimo, aquí y ahora le pido disculpas. Simplemente he querido reseñar este fenómeno social del motejo que merece un estudio más amplio. ¡Ojalá siempre hubiese un nieto o una tátara.... tátara.... tataranieta que recordase: "yo tuve un abuelo en Mieza que lo llamaban el tío........." y en las Relaciones de la fiesta de la Virgen del Amparo le dedicase: "a mi abuelo el mayordomo , el tío ..."!

Todos estos motes, y otros que quedan en el baúl de la discreción, son relicario para la generación de hoy, pero con nosotros, el último eslabón, se irá su último recuerdo y mañana, cuando todos nosotros también hayamos sido aventados en la parva del tiempo, ellos estarán en el fondo del mar del olvido.

Y a ver quién hace de juez que firme la sentencia que condena al olvido a todas esta generación que vivió hace apenas medio siglo. Pues hoy, de este recuerdo, hagamos historia para mañana. Pero, ¡callad!,,, la campanas están tocando a encordar... y es por ellos... por todos estos... Memento, Domine.

El recuerdo de los muertos es historia si aquel pervive en la memoria de los vivos.

Venancio Pascua Vicente.

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